26 de julio, Jornada por los afectados de la pandemia

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La iglesia en España celebra una Jornada por los afectados de la pandemia. Se trata de una propuesta de la Comisión Ejecutiva a las diócesis españolas. La fecha elegida, el domingo 26 de julio, fiesta de S. Joaquín y Sta. Ana, patronos de los ancianos, el grupo social más golpeado por la enfermedad, o el sábado 25, solemnidad de Santiago apóstol, patrón de España. En nuestra diócesis será el domingo, 26 de julio, a las 20 horas en la Catedral del Cuenca y podrá seguirse en directo a través del canal de Youtube de la Catedral.

Esta jornada incluirá la celebración de la eucaristía, que se ofrecerá por el eterno descanso de todos los difuntos y el consuelo y esperanza de sus familiares. Se dará gracias por todo el trabajo y el sacrificio realizado por tantas personas durante el tiempo de la pandemia y se rezará de una manera especial por los mayores y las residencias de ancianos. Esta celebración desea además pedir la luz, comunión y entrega fraterna ante la crisis social y económica provocada por la pandemia y el confinamiento. Se ha editado un subsidio litúrgico, que incluye, para el domingo 26, una oración por nuestros mayores.

Cada obispo diocesano verá la conveniencia de celebrar la eucaristía por los difuntos de la pandemia en sus diócesis en la fecha que considere oportuna. También algunas diócesis han previsto la celebración de exequias por los sacerdotes fallecidos en este tiempo.

Por su parte, la Comisión permanente celebró una Misa funeral por las víctimas del coronavirus el pasado 6 de julio en la catedral de La Almudena, coincidiendo con su reunión en Madrid los días 6 y 7 de julio.

Mensaje para la Jornada de afectados por la pandemia

Además, la Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Subcomisión de Familia y Defensa de la Vida han hecho público un mensaje conjunto con motivo de esta Jornada.

“El próximo día 26 de julio, la Iglesia celebra la festividad de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Santísima Virgen, día que dedicamos de una forma especial a los mayores, puesto que son los patronos de los abuelos.

Desde el pasado mes de marzo que se decretó el estado de alarma en nuestro país, por motivo de la pandemia de la Covid- 19, hemos podido contemplar cómo los más afectados por este virus han sido los mayores, falleciendo un gran número de ellos en residencias, hospitales y en sus propios domicilios. También, nuestros mayores, debido a las circunstancias tan excepcionales, son los que más han sufrido el drama de la soledad, de la distancia de sus seres queridos. Todo esto nos debe llevar a pensar, como Iglesia y como sociedad, que “una emergencia como la del Covid es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad” (Pandemia y fraternidad universal, Nota sobre la emergencia Covid-19, Pontificia Academia para la Vida, 30/03/2020).

En una sociedad, en la que muchas veces se reivindica una libertad sin límites y sin verdad en la que se da excesiva importancia a lo joven, los mayores nos ayudan a valorar lo esencial y a renunciar a lo transitorio. La vida les ha enseñado que el amor y el servicio a los suyos
y a los restantes miembros de la sociedad son el verdadero fundamento en el que todos deberíamos apoyarnos para acoger, levantar y ofrecer esperanza a nuestros semejantes en medio de las dificultades de la vida. Como afirma el papa Francisco: “la desorientación social y, en muchos casos, la indiferencia y el rechazo que nuestras sociedades muestran hacia las personas mayores, llaman no sólo a la Iglesia, sino a todo el mundo, a una reflexión seria para aprender a captar y apreciar el valor de la vejez” (Audiencia del papa Francisco a los participantes en el Congreso Internacional “La riqueza de los años”, Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida, 31/01/2020).

Pero no basta contemplar el pasado, aunque haya sido en ciertos momentos muy doloroso, hemos de pensar en el futuro. No deberíamos olvidar nunca aquellas palabras del Papa Francisco en las que afirmaba que una sociedad que abandona a sus mayores y prescinde de su sabiduría es una sociedad enferma y sin futuro, porque le falta la memoria. Allí donde no hay respeto, reconocimiento y honor para los mayores, no puede haber futuro para los jóvenes, por eso hay que evitar que se produzca una ruptura generacional entre niños, jóvenes y mayores.

“Conscientes de ese papel irremplazable de los ancianos, la Iglesia se convierte en un
lugar donde las generaciones están llamadas a compartir el plan de amor de Dios, en una
relación de intercambio mutuo de los dones del Espíritu Santo. Este intercambio
intergeneracional nos obliga a cambiar nuestra mirada hacia las personas mayores, a aprender a mirar el futuro junto con ellos. Los ancianos no son sólo el pasado, sino también el presente y el mañana de la Iglesia”

Comisión Episcopal para la Pastoral Social y Subcomisión de Familia y Defensa de la Vida.

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