El Sr. Obispo preside la Misa de la Ssma. Trinidad con las MM. Trinitarias de San Clemente

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El Obispo de Cuenca, Monseñor José María Yanguas, ha presidido la Santa Misa de la Santísima Trinidad con las MM. Trinitarias de San Clemente.

Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad:

Ssma. Trinidad 2021

Queridos concelebrantes, autoridades, Cofradía de la Ssma. Trinidad, hermanos todos. Un saludo especial a nuestras queridas MM. Trinitarias en este día de su fiesta: Gracias por vuestra vida de entrega y vuestra oración por todos nosotros y por todo el mundo

Celebramos la solemnidad de la Ssma. Trinidad. Nunca hubiéramos llegado los hombres a conocer este misterio con nuestras solas fuerzas. Ninguna mente humana tuvo nunca la capacidad de ni siquiera atisbar el misterio íntimo de Dios. Los misterios divinos no son realidades obscuras que hacen difícil, más, imposible poder entenderlos. No es la falta de luz lo que nos impide comprenderlos. Es, más bien, su exceso lo que nos ciega y no nos permite verlos en su más íntima verdad. No podemos mirar al sol detenidamente no porque carezca de luz, sino porque nos deslumbra con ella. Algo así ocurre con el misterio de la Ssma. Trinidad. Es verdad que los hombres más sabios y santos han sabido desde siempre que Dios es poderoso, inmenso; que el tiempo en él no es como en nosotros; que es bueno; que está en los orígenes de todo; que premia y castiga. Pero nunca sospecharon que fuera Uno y Trino a la vez, ni que fuera Amor en su esencia más íntima. Tuvo que venir el Hijo eterno del Padre, la segunda Persona de la Trinidad, a habitar entre nosotros, para revelarnos al Padre –“mi Padre y vuestro Padre”, como repetía los Apóstoles-; y para hablarnos del Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo. Nos lo enseñó de manera definitiva y solemne cuando, al despedirse de nosotros, mandó a sus discípulos que fueran por todo el mundo enseñando la Buena Nueva y bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del ES, un solo Dios, pero Tres personas. Entendemos solo un poco de ese misterio, pero no por ello negamos lo que no conocemos; nos limitamos a venerarlo y a adorarlo, confesando con humildad y sencillez que ese Dios Altísimo, infinitamente por encima de todos nuestros pensamientos es, a la vez, el Dios que habita dentro de nosotros y es nuestro Padre, Hermano y Huésped. Y si es cierto que no cabe en nuestro pequeño y limitado entendimiento, cabe, sin embargo, en nuestros pobres y mezquinos corazones.

No conocemos de Dios cuanto quisiéramos, a pesar de que en Jesucristo nos ha desvelado su rostro; pero sabemos, como dice la primera lectura, que es un Dios cercano, que nos ha elegido como su pueblo, que nos “ha hablado” como a amigos, y nos ha conducido por el desierto, y se ha hecho uno como nosotros sin dejar de ser Dios, y ha hechos prodigios en favor nuestro, incluido el mayor de todos: dar la vida por cada uno, pecadores como somos. Y nos invita por ello a reconocer y a meditar en el corazón que Él es el único Dios, que no hay otro fuera de Él; que nos equivocamos y nos engañamos cuando buscamos en otra parte el fundamento de nuestra vida, la felicidad sin fin. Basta reflexionar serenamente para descubrir que solo en un Dios que es la Verdad y la Vida puede descansar nuestro inquieto corazón, siempre insatisfecho con lo que alcanza. Solo en Dios -“Trinidad a quien adoro”, como lo invocaba Catalina de Siena-, encontramos el feliz descanso del alma. Y si es así, tiene pleno sentido lo que Dios, por medio de Moisés, decía al pueblo de la Alianza: ”Guarda los mandamientos y preceptos que te prescribo hoy, para que seas feliz tú y rus hijos, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te dará para siempre”.

En el Evangelio se vuelve a repetir esta misma idea que aparece como centro de gravedad en la liturgia de hoy. Los Apóstoles van a Galilea al monte que él mismo Jesús les había indicado. Entonces el Señor “se acercó” a ellos y les dio el gran mandato, juntamente con el poder para cumplirlo: Id, por todo el mundo, haced discípulos a todos, bautizándolos en el nombre -no en los nombres-, del Dios que es Uno en su naturaleza y, a la vez, Trino en las Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Para ser así felices. Nos da la misión que El recibió del Padre: anunciar, proclamar la Buena Nueva, el Evangelio de la Alegría.

Para que podamos cumplir la misión de anunciar esta Buena Nueva y vivirla observando sus mandamientos, que al final se reducen al amor, a la entrega generosa a Dios y a los demás, el Padre y el Hijo nos han enviado su Espíritu. Hemos sido hechos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y hemos recibido de su mismo Espíritu para dejarnos llevar por Él. El Espíritu Santo lo hace todo fácil: Viene a nosotros para que nos dejemos llevar por Él. Somos tan poca cosa que aun sabiendo que sus mandamientos nos hacen dichosos no somos capaces de cumplirlos sin su ayuda, sin la gracia de lo alto. No erramos si decimos que el Espíritu Santo viene a nosotros para cumplir los mandamientos en nosotros. Viene a suceder como con el niño que aprende a escribir, dejándose llevar por la mano del maestro. Escriben alumno y maestro a la vez, pero más el maestro que el alumno. Así viene a pasar con cada uno de los aprendices de santos. Somos nosotros los que obramos según Dios al obedecer sus mandamientos; pero es el Espíritu quien nos lleva de la mano. Más que hacer, dejamos que Dios, con su gracia, haga en nosotros. Este es el misterio. Para que nunca digamos que no podemos observar sus mandamientos, que son difíciles. Basta dejarnos llevar por el Espíritu de Dios que, en el Bautismo, comienza ya a actuar en nosotros y en la Confirmación toma posesión con mayor plenitud, porque necesitamos más de su luz y de su fortaleza.

En esta solemnidad de la Ssma. Trinidad quiere la Iglesia que tengamos especialmente presentes a las almas que siguen vida contemplativa. Como he recordado en mi colaboración semanal en la prensa, el lema de la Jornada de este año 2021: La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo, nos enseña que la entrega radical de las almas contemplativas a Dios nuestro Señor no las separa del mundo; es decir, que su apartamiento del mundo no es desinterés o despreocupación, olvido o indiferencia. La vida consagrada, y dentro de ella la vida contemplativa, es también una vida “por y para la salvación del mundo”; no es una existencia centrada en sí misma, con descuido de quienes “están en el mundo”. Como han recordado con gran acierto los Obispos españoles de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada en su Mensaje para este día: “La vida consagrada sufre cuando el mundo sufre, porque su apartarse del mundo para buscar a Dios es una de las formas más bellas de acercarse a él a través de Él”.

Hoy es día para agradecer de corazón su entrega a quienes siguen la “bella senda de la vida contemplativa”, y pedir a Dios que los “custodie en su amor, los bendiga con nuevas vocaciones, los aliente en la fidelidad cotidiana y les mantenga la alegría de la fe” (Mensaje). ¡Es mucho lo que les debemos y merecen nuestra afecto, oración y ayuda!

 

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