Hace exactamente una semana, casi a esta misma hora, fallecía en Roma Mons. Javier Echevarría, sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer y del Beato Álvaro del Portillo al frente de la Prelatura personal del Opus Dei. La Iglesia, nuestra Madre, acompaña el peregrinar terreno de todos sus hijos; desde el momento de su nacimiento a la vida de la gracia en el Bautismo, hasta los momentos finales de la vida. Lo hace aun después de la muerte con sus oraciones y sufragios por el eterno descanso de quienes dejan este mundo.
Seguimos hoy esta piadosa tradición eclesial al ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa por nuestro hermano Javier. Para muchos de nosotros es, además, un deber gratísimo el encomendar el alma de D. Javier, del Padre como le llamábamos con toda verdad y naturalidad, porque el Opus Dei es canónicamente una Prelatura, pero siempre ha sido una familia y con la gracia de Dios lo será también en adelante.
Para mí, particularmente, es una oración que surge de lo hondo del alma. Tuve la suerte, la gracia de Dios, de conocer personalmente a Mons. Javier Echevarría y de gozar de su trato en diversas ocasiones. Pude experimentar así, en primera persona, su afecto sincero y su trato de padre y de hermano. No olvidaré nunca su serenidad ante las dificultades, su profundo amor a la Iglesia, su visión sobrenatural de personas y cosas, su permanente afán apostólico y su hondo amor al Santo Padre por quien rezaba generosamente y por quien hacía rezar; como tampoco se borrará en mí el ejemplo de su espíritu de sacrificio en la entrega de cada día, su paz y alegría sobrenatural, y su humanísimo y delicado sentido del humor, que me lo hacía tan amable.
Dios lo eligió para la no fácil tarea de ser el sucesor de dos personas de cualidades poco comunes, dos hombres humanamente extraordinarios y dos sacerdotes verdaderamente de Dios, San Josemaría y el Beato Álvaro del Portillo. No era fácil ser, por así decir, estar a su altura al frente del Opus Dei; porque el primero fue quien recibió de Dios la luz fundacional y las gracias necesarias para poder abrir ese camino en el mundo y en la Iglesia. Un mundo y sociedad en el que la llamada universal a la santidad sonaba extraña a no pocos, y una Iglesia en cuya organización y estructura canónica no encontraba el Opus Dei el adecuado acomodo. El segundo, el beato Álvaro del Portillo, fue un hombre de fidelidad contrastada, que con serena prudencia y valiente determinación llevó a buen puerto el camino jurídico de la Obra y siguió impulsando tenazmente sus apostolados en todo el mundo.
El Santo Padre, en su telegrama de pésame a Mons. Fernando Ocáriz, Vicario auxiliar y general del Opus Dei, por el fallecimiento del Prelado, daba gracias por el paternal y generoso testimonio de vida sacerdotal de Mons. Echevarría, y resumía bellamente su vida como un ejercicio de entrega “en un constante servicio de amor a la Iglesia y a las almas”, siguiendo los pasos y el ejemplo de San Josemaría y del Beato Álvaro del Portillo.
Mons. Ocáriz, en la celebración de las exequias por D. Javier, a quien bien conocía, dibujó con breves trazos su semblanza y algunos de los rasgos esenciales de su personalidad humana y sobrenatural: un hombre de corazón grande, que quiso sólo ser fiel a lo que Dios en su providencia amorosa había dispuesto para él; que se desvivió para que los demás fueran fieles a su vocación y que murió rezando por la fidelidad de todos. Su oración y deseo permanente fueron el servicio a la Iglesia y al Papa, la unidad y el amor dentro y fuera de la Obra. Su ejemplo representa un regalo que conservaremos en el corazón como preciosa herencia.
Nuestra oración por su alma sube esta tarde al cielo de manos de la Virgen y con ella como mediadora pedimos a Dios Nuestro Señor acoja a D. Javier en el gozo eterno. Con la Iglesia nuestra Madre imploramos: ¡Dale, Señor, el descanso eterno y brille para él la luz perpetua! ¡Descanse en paz! Amén.