En los próximos días celebraremos dos acontecimientos de particular relevancia en la vida de la Iglesia. De una parte, el domingo 22 de enero, viviremos la Jornada de la Infancia Misionera. La Infancia Misionera es una Obra del Papa que promueve y sostiene la ayuda recíproca entre los niños de todo el mundo. Se trata de una institución de la Iglesia que forma una red de solidaridad universal cuyos principales protagonistas son los niños.
La Infancia Misionera ha sido pionera, una “adelantada”, en la labor de defensa de la infancia. Su origen tuvo lugar en Francia a mitad del siglo XIX cuando a un Obispo se le ocurrió recurrir a los niños de su diócesis para que ayudasen a los de China. Por eso, quienes tenemos ya una cierta edad guardamos en la memoria la imagen de cuando, siendo todavía niños, salíamos a pedir por las calles con unas huchas que tenían la forma de la cara de un niño chino o de color. A lo largo de este más de siglo y medio de existencia, la Infancia Misionera ha procurado fomentar y buscar medios materiales para la actividad misionera de la Iglesia. Con sus oraciones y ahorros miles de niños han ayudado y ayudan a otros niños del planeta que pasan necesidad.
La actividad de Infancia Misionera se lleva a cabo en tres ámbitos distintos: evangelización o transmisión de la fe; educación, con el fin de que todos los niños puedan acceder a ella; salud y vida, con iniciativas destinadas a proteger la vida y atender sanitariamente a cientos de miles de niños. En el año 2015 se recibieron ayudas por valor de casi 17 millones euros, que fueron destinados casi exclusivamente a Asia y África, con 2.795 proyectos infantiles y 788.000 niños atendidos.
Este año el lema de la Jornada de la Infancia misionera es ¡Sígueme!, queriendo subrayar así que Jesús también llama a los niños a encontrarlo y a seguirlo en la vida diaria y en las distintas actividades que la ocupan. Parafraseando al Papa Francisco podríamos decir que si queremos encontrar a Dios, hemos de buscarlo donde Él se esconde: en los niños necesitados, los enfermos, los hambrientos y encarcelados.
Pero deseo decir también una palabra sobre el otro acontecimiento eclesial de estos días: la celebración de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos (18- 25 de enero). La unidad de todos los discípulos de Jesús fue intención primordial en la gran oración de Jesús en la tarde-noche del primer Jueves Santo. “(…) para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn 17, 21). La Iglesia, a su vez, ha sido constituida por su Señor como “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1).
La unidad de los cristianos ha figurado entre los objetivos fundamentales que todos los últimos Romanos Pontífices se han propuesto al inicio de su Pontificado. Eso demuestra que la unión de los discípulos de Jesús constituye un anhelo y una intención que preside toda su actividad apostólica. De alguna manera está en juego nada menos que la credibilidad del mensaje cristiano. Por eso las palabras del Señor apenas citadas, concluyen con estas otras: “(…) para que el mundo crea que tú me has enviado”.
Fruto de la doctrina conciliar y de la preocupación de los Papas, así como de las oraciones e iniciativas de los cristianos de las diferentes Iglesias y Confesiones, el deseo de la unidad se ha instalado con fuerza en el corazón de muchos de los que confesamos a Cristo como Hijo de Dios, muerto y resucitado por nuestra salvación.
Os invito a pedir al Señor insistentemente, con un solo corazón y una sola alma, por estas dos grandes intenciones: la Infancia Misionera y la unidad de todos los cristianos. Y os ruego que enseñéis a nuestros niños a ser generosos con quienes no son tan afortunados como ellos en cuanto a la fe, la educación y los bienes materiales.