Carta de Sr. Obispo de Cuenca con motivo de la solemnidad de San José

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Queridos diocesanos:

Como cada año, la solemnidad de San José, padre, según la ley, de Jesús, sumo y eterno sacerdote, patrono de las vocaciones sacerdotales, nos invita a tomar renovada conciencia de la importancia del seminario diocesano. En este, verdadera casa y corazón de la diócesis, germinan y crecen las semillas de las vocaciones al sacerdocio ministerial.

El Congreso de laicos recientemente celebrado en Madrid ha puesto aún más de manifiesto la importancia de la vocación laical para la vida del mundo. Gracias a Dios, crece el número de los cristianos que toman conciencia de su ser Iglesia y de su específica vocación en el seno de la misma y en medio del mundo. Todos somos, en efecto, importantes y todos gozamos de la misma radical dignidad, pues Cristo ha derramado su Sangre preciosa por cada uno de nosotros.

Pero, como ha recordado el Papa en su última Exhortación Apostólica Querida Amazonia (2 de febrero de 2020), “los laicos podrán anunciar la Palabra, enseñar, organizar sus comunidades, celebrar algunos sacramentos, buscar distintos cauces para la piedad popular y desarrollar la multitud de dones que el Espíritu derrama en ellos. Pero necesitan la celebración de la Eucaristía, porque ella ‘hace la Iglesia’” (n. 89). Sin la Eucaristía no hay Iglesia, y la Eucaristía reclama el ministerio ordenado, requiere absolutamente la presencia del sacerdote. Esta es la convicción que explica y preside la anual Campaña del Seminario. Pero, por otra parte, es innegable que la disminución de las vocaciones sacerdotales hace más urgente aún una adecuada pastoral vocacional.

Como sabemos, el seminario es el lugar en el que se preparan para el sacerdocio quienes, jóvenes o menos jóvenes, han recibido esa llamada del Señor. Su formación busca disponerlos para seguir a Cristo Redentor “con espíritu de generosidad y pureza de intención”. Gracias a Dios, lo que mueve a nuestros jóvenes  a seguir al Señor es una buena dosis de amor de Dios, de noble idealismo, de desprendimiento, de grandeza de corazón, de deseo de servir a sus hermanos los hombres, pues conocen bien que el Señor y Maestro, a quien desean seguir de cerca, “no ha venido para ser servido sino para servir”. Nuestros seminaristas saben  que su vocación y misión nada tiene que ver con una “profesión sacerdotal” que apele a la comodidad, la ambición o el afán de lucro. “Sorprendidos” y cautivados por el amor de Dios,  desean ser anunciadores de la Buena Noticia no solo con su palabra, sino sobre todo con una vida que se va lentamente transfigurando en la presencia de Dios (cf. Evangelii gaudium, n. 259).

Consolidar esta vocación requiere ciertamente empeño y esfuerzo por parte de los candidatos al sacerdocio; pero, sobre todo, necesita de la oración en la que se reciben luces para una mejor comprensión de la llamada y fuerzas para modelar según ella la propia vida. La decisión de seguir la vocación divina al sacerdocio pone en juego toda la existencia del que ha sido llamado, lo implica de forma irrevocable, le afecta de modo total y exige poner la vida entera a su disposición. De ahí la invitación a rezar en este día de San José por las vocaciones de nuestros seminarios.

El lema elegido para la Campaña de este año, Pastores misioneros quiere resumir la identidad del sacerdocio ministerial. El sacerdote está llamado a ser Pastor, Cabeza y Esposo de la Iglesia y, como Cristo mismo, es enviado a evangelizar el mundo. Acompañemos con nuestra oración, simpatía y afecto,  a nuestros seminaristas en su preparación para el sacerdocio.  Al cuidado del glorioso patriarca San José los encomendamos.

 

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