El próximo 6 de noviembre, domingo, celebraremos un nuevo Día de la Iglesia Diocesana, una celebración de familia que va resultando, año tras año, particularmente entrañable; más todavía, cuando, poco a poco, crece en la Iglesia la conciencia de ser Pueblo de Dios, Familia de Dios.
No se trata de una convicción fruto de una actitud voluntarista, privada, en última instancia, de sólidos fundamentos. Bien al contrario. La Iglesia no es solo la comunidad de los creyentes en el Señor Jesús, como si nos uniera tan solo una verdad, un lazo, a fin de cuentas, extrínseco a nosotros. Por el Bautismo recibimos la adopción filial, participamos de la vida de Dios que nos hace hermanos, miembros de la Familia de los hijos de Dios. Cada vez resulta más fuerte en los cristianos la certeza de la especialísima comunión que con Dios y con los demás formamos los bautizados. Hijos de Dios en Cristo, animados por el mismo Espíritu de amor que procede del Padre y del Hijo. La Iglesia, Familia unida por lazos de sangre sobrenatural, los lazos de la sangre redentora de Cristo. Esta gran Familia de Dios camina en este mundo hacia la Patria celestial, mientras trata de construirlo según el querer divino. Todos unidos, en comunión, conscientes y responsables de la misión que el Señor nos ha confiado.
El lema que preside este año la celebración del Día de la Iglesia Diocesana dice sencillamente: “Gracias por tanto”. Con estas palabras se quiere expresar la gratitud a tantos hombres y mujeres que tanto han aportado económicamente, pero no solo, para que el Pueblo, la Familia de Dios, pueda desarrollar en este mundo su misión redentora-humanizadora.
Gracias a tantos por su oración, que sostiene la acción evangelizadora de la Iglesia en sus diversas formas y en sus campos más variados. No podemos perder nunca de vista que “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Ps 127, 1). Sin ella, el fruto de nuestros empeños pastorales sería poco más que apariencia.
Gracias a tantos por el regalo de su tiempo, tanto más precioso en unos momentos en que quizás disponemos de más bienes que nunca, pero en el que a todos nos falta seguramente tiempo. Gracias a tantos por sus cualidades puestas al servicio de los demás. Gracias, en fin, a tantos por su apoyo económico. Sin esa pequeña “x” marcada en la declaración de la renta y sin otras muchas ayudas, las actividades celebrativas, pastorales, evangelizadoras, educativas, culturales y caritativo-asistenciales de la Iglesia se verían irremediablemente frenadas. Con vuestra generosa colaboración, ¡podemos tanto!
Por eso, a todos ¡gracias por tanto! ¡Que Dios os lo pague!
+José María
Obispo de Cuenca