Carta semana del Sr. Obispo: “Por un mundo abierto a los demás”

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Queridos diocesanos:

El primer capítulo de la encíclica Fratelli tutti del Papa Francisco lleva como título: Las sombras de un mundo cerrado, y se extiende a lo largo de 46 números. En ellos se ponen de relieve algunas tendencias actuales que obstaculizan, sino es que impiden sin más, la realización de la “fraternidad universal” (n. 9).

Algunos procesos de integración tanto en Europa como en América Latina, en marcha desde hace decenios, encuentran hoy obstáculos en su camino (n. 10), debido a que “se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos” (11). Este hecho nos recuerda y avisa que los mejores logros de la humanidad no se alcanzan de una vez para siempre, sino que deben ser objeto de continua conquista, de atención y cuidados.

Contra lo que a primera vista podía alguien suponer, un “mundo abierto” no es sin más aquel que se abre a los intereses de los distintos pueblos, o en el que hay libertad para poder invertir sin trabas y complicaciones. Un mundo de este estilo no favorece sin más la fraternidad; hace, sí, que los hombres seamos más cercanos unos a otros gracias al fenómeno de la globalización, pero no que seamos más hermanos. Es un mundo que beneficia normalmente a los más fuertes, mientras que a los más débiles se les niega “el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores…” (n. 15). Así, en vez de caminar hacia objetivos que benefician a todos, aumentan las distancias entre personas y pueblos,y se retarda la marcha hacia un mundo unido y más justo.

En ese mundo que se dice, falsamente, abierto, no se respeta a la persona como valor primario y fundamental que exige ser respetado y protegido, sobre todo si se trata de los más “pobres, discapacitados, que todavía no son útiles como los no nacidos, o ya no sirven como los ancianos. Son seres de descarte” (n.18); pervive en algunos la falsa convicción de que la persona puede ser tratada como un objeto, como cosa (cfr. n. 24).

En nuestro mundo se oponen también a la creación de una verdadera “fraternidad universal” el hecho de que no en todas partes se respetan los derechos fundamentales de la persona, y son no pocos los que viven en condiciones nada acordes con la dignidad propia de todo ser humano. Existen también sociedades en las que se está todavía muy lejos de que las mujeres gocen de los mismos derechos personales y sociales que los varones. Y no hablemos de las numerosas formas de esclavitud vigentes todavía en nuestro mundo, en las que “la persona creada a imagen y semejanza de Dios queda privada de libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica…” (n. 24). Y está luego el fenómeno de la guerra, de los pueblos sujetos a persecución por motivos de raza o religión, de la explotación sin conciencia de los recursos naturales de los pueblos menos desarrollados, del miedo a los demás que se presentan como una amenaza para nuestra situación de bienestar y hace nacer barreras de división, dando así origen a pequeños mundos cerrados a los demás (cfr. n. 27; 37-41).

En ese mundo, dice el Papa “los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan” (n. 30). Por eso, es necesario “recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes” (n. 36). La tragedia sanitaria global que sufrimos es una ocasión para avivar la conciencia de ser una comunidad mundial y de que únicamente es posible salvarnos juntos (cfr. n. 32). ¡Necesitamos un mundo verdaderamente abierto a los demás!

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