Carta semanal del Sr. Obispo. Caminando juntos III

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Queridos diocesanos:

En mis dos últimas colaboraciones en este periódico he insistido en una verdad de nuestra fe que confiesa que la Iglesia es Una, formada por gentes de todos los tiempos y de todas las naciones. Una Iglesia que se halla en estados y estadios distintos: la que peregrina en la tierra, la que se purifica en el Purgatorio y la que goza de Dios en la gloria. Sus miembros tienen la misma dignidad, obedecen a la misma ley y cumplen una misma misión.

He insistido igualmente en que la Iglesia “una” no es una realidad amorfa, sino una “comunidad sacerdotal orgánicamente estructurada” (LG 11), pues todos y cada uno de sus fieles poseen la dignidad del sacerdocio común. La Iglesia es el Pueblo de Dios en marcha que camina unido hacia la patria definitiva mientras trata de edificar el reino de Dios en este mundo y ofrece a los hombres los medios de salvación. La Iglesia es una realidad de comunión, concepto que expresa el núcleo más íntimo del misterio de la Iglesia. Comunión con Dios y con los demás hombres, constituida por estrechos vínculos de fe y de gracia que nos llegan a través de los sacramentos, así como por los diversos ministerios instituidos por Cristo en su Iglesia “para apacentar el Pueblo d Dios y acrecentarlo siempre” (LG, 18).

La Iglesia comprendida como comunión nos hace entender mejor que ella es poseedora de los dones que Dios le ha regalado. Todos ellos pertenecen a la Iglesia “una”, aunque no todos sus miembros los poseen individualmente. Como ya he dicho en otras colaboraciones y repito ahora, en la Iglesia hay carismas y ministerios muy diversos dados por Dios en orden a la salvación de todos los hombres. Todos forman parte de la riqueza de los medios de salvación de los que es depositaria y poseedora la Iglesia; todos son del todo, la Iglesia, aunque no todos sean de cada uno de los que forman el todo.

Comprender y vivir la Iglesia como comunión, en su variedad y unidad profunda, permite entender mejor cómo vive y actúa como un único sujeto, aunque sus actuaciones sean variadísimas, como lo son también sus miembros. La Iglesia camina unida en este mundo, y camina como es, como realidad única y compleja al mismo tiempo. Por eso, afirma, por ejemplo, el Concilio que “la totalidad  (…) no puede equivocarse cuando cree (…), cuando desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos presta su consentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres” (LG 12). El Concilio afirma que es toda la Iglesia la que es infalible “en las cosas de fe y de costumbres”, y al mismo tiempo precisa, con palabras de San Agustín, que dicha totalidad está constituida por los Obispos y por todos los fieles laicos; una unidad-totalidad “estructurada jerárquicamente”. Sólo teniendo presente esta característica esencial de la Iglesia realiza su misión de modo sinodal en todos los niveles y ámbitos: la misión es de todos; todos somos responsables de la tarea recibida; todos debemos empeñarnos en ella…, cada uno en el lugar en que Dios le ha puesto, viviendo a fondo la llamada personal recibida.

Nuestra diócesis está empeñada en estos momentos en un proceso de renovación que alcanza a todos por igual, laicos, religiosos y sacerdotes. Todos nos hemos puesto a la escucha de lo que Dios nos pide en estos momentos; todos nos estamos examinando acerca de la Iglesia que somos y de la Iglesia que queremos ser; entre todos estamos buscando los caminos más adecuados para llegar a ser la Iglesia que el Señor Jesús ha querido como instrumento de salvación para los hombres. En esta Iglesia particular de Cuenca que quiere caminar unida y en comunión con la Iglesia, una y universal, todos somos importantes y aun necesarios para discernir la voluntad de Dios sobre nosotros y para descubrir las vías para una auténtica renovación. En la medida en que reforcemos la comunión con la Iglesia universal, la de todos los tiempos y lugares, y con su centro vital y visible que es el Papa, crecerá nuestra unidad interna y contribuiremos mayormente a que la “misión” se realice. Esa fue la oración de Jesús en la última Cena: “Que todos sean uno, en Nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17, 21).

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