Queridos diocesanos:
El Santo Padre ha convocado para el año 2025 el Jubileo de la Esperanza con el que desea de que el mundo sea renovado abriéndose a la gran esperanza que es Cristo nuestro Señor. Ha decidido, también, que sea preparado en toda la Iglesia viviendo este 2024 como un Año de oración. Nos pide a todos que en estos meses “intensifiquemos” la oración en sus diversas formas. Nos invita, pues, a que arreciemos en nuestra oración poniendo más intensidad, mejorando su calidad, quizás dedicándole algo más de tiempo, procurando que sea más auténtica y que tenga un mayor influjo en la vida de cada día.
Jesús exhortó a los Apóstoles y a todos a orar, y nos enseñó el modo preciso en que los cristianos debemos hacerlo. El Padre Nuestro es el modelo de la oración cristiana. Cuando los Apóstoles le pidieron que les enseñara rezar como Juan Bautista había hecho con sus discípulos, Jesús les propuso el Padre Nuestro como la oración “cristiana” por excelencia. Él nos dio personalmente ejemplo de oración en numerosas ocasiones: “Salió al monte a orar y paso la noche en oración” (Lc 6, 12). No se trataba de un hecho episódico, sino habitual: “Él, por su parte, solía retirarse a despoblado, y se entregaba a la oración” (ibídem 5, 16). “Se entregaba”, dice el texto, poniendo de manifiesto la intensidad de su oración. Se entregaba, podríamos decir, “con toda su alma”.
El Evangelio no solo nos habla de la frecuencia, de la intensidad y de la variedad de circunstancias en que Jesús oró, sino que, además, nos enseña que la oración es una verdadera necesidad: “Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer” (ibidem 18, 1). Sin ella, sin una oración asidua, constante, no es posible ni una vida auténticamente cristiana ni una Iglesia eficazmente evangelizadora. Sin oración no es posible hacer frente o resistir a las tentaciones que nos acechan: “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt 26, 41), dirá Jesús a sus discípulos en el Huerto de los Olivos, y sin ella. “toda acción corre el riesgo de quedarse vacía, y el anuncio finalmente carece de alma” (Francisco, Exhort. Apost. La alegría del Evangelio, n. 259).
Al dedicar el Papa este año a la oración, lo hace con la intención, dice, de ayudarnos a “redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración”. Para eso nos invita a promover momentos de oración individual y comunitaria, peregrinaciones de oración o itinerarios de escuelas de oración con etapas mensuales o semanales, presididas por los obispos.
Son numerosos en la diócesis los espacios, momentos e iniciativas de oración que se ofrecen a los fieles para vivir momentos de oración: peregrinaciones a santuarios y ermitas de la Virgen, procesiones, adoración al Santísimo Sacramento, Vía Crucis, retiros, talleres de oración, rezo del Rosario, la Santa Misa que es la oración más excelsa y más grata a Dios… No faltan en la diócesis iniciativas de arraigada tradición algunas, de implantación más reciente otras, en las que, gracias a Dios, la oración ocupa lugar y espacio preferentes.
Invito a parroquias, movimientos, comunidades, conventos y monasterios… a intensificar la oración en este año. Lo necesita el mundo y lo necesita la Iglesia. Sin oración se pierde o se debilita el espíritu cristiano, mengua el afán de acercar a otros a Dios, se obscurece la fe, se debilita la voluntad que cede apenas sin resistencia a la tentación, y nos invaden comportamientos y formas de vida consideradas siempre ajenas al Evangelio e incompatibles, también hoy, con nuestra condición de hijos de Dios.
¡La Cuaresma es tiempo particularmente apropiado para intensificar nuestra oración!