Queridos diocesanos:
Concluimos hoy el comentario -en realidad poco más que una glosa- a la Declaración Dignitas infinita, del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, con la que la Iglesia desea proteger, defender y promover la dignidad de la persona humana y, al mismo tiempo, denunciar las diferentes formas de violencia que la amenazan y lesionan gravemente en nuestros días. Hoy nos ocupamos de cinco de esas formas de violencia.
La Declaración se refiere en primer lugar a la denominada maternidad subrogada, práctica que no duda en calificar de “deplorable”. Son numerosas y muy variadas las modalidades de esa especie de “maternidad por encargo” (n. 47). En todas ellas se olvida un principio fundamental, según el cual, “un hijo es siempre un don y nunca el objeto de un contrato”. Por otra parte, como recuerda el Documento, “el niño tiene derecho (…) a tener un origen plenamente humano y no inducido artificialmente” (n. 48).
La Declaración recuerda a continuación la enseñanza de la Iglesia sobre la tan traída y llevada teoría de género. Antes de hacerlo, menciona algo que la Iglesia no deja de repetir para que no se confundan las cosas, a saber, “que toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar ‘todo signo de discriminación injusta’, y particularmente “cualquier forma de agresión injusta”. Este principio distingue netamente la posición de la Iglesia de otras visiones laicas o religiosas de este asunto. La crítica sin ambages de la Iglesia católica a la teoría de género se basa en algunos principios fundamentales: 1) “la vida es un don de Dios que debe ser acogido con gratitud” (n. 57); por lo tanto, no podemos disponer de ella a nuestro capricho. 2) No se puede negar la diferencia sexual que se da en los seres vivos, diferencia que no es solo constitutiva de los mismos, sino la más grande entre ellos (n. 58). 3) El respeto del propio cuerpo y del de los demás es una exigencia fundamental de la dignidad de la persona, que hoy debe ser subrayada “ante la proliferación y reivindicación de nuevos derechos que avanza la teoría de género” (n. 59). 4) Por tanto, “debe rechazarse todo intento de ocultar la referencia a la evidente diferencia sexual entre hombres y mujeres” (n. 59).
Por lo que se refiere a la actualísima cuestión del cambio de sexo, hay que recordar que el cuerpo humano participa de la dignidad de la persona misma. Si todo lo creado nos precede y debe ser recibido como don, debe ser también aceptado y respetado “tal cual ha sido creado”. La Iglesia se opone, pues, al cambio de sexo, pero no excluye la posible solución médica de las anomalías genitales nativas o sobrevenidas (n. 60).
La Declaración dedica su atención, en fin, a otras dos graves violaciones de la dignidad humana: el descarte de las personas discapacitadas que presentan un déficit físico o psíquico y que requieren, por el contrario, una particular atención y solicitud, aunque ello exija notables gastos médicos añadidos. Estas personas no deben ser marginadas, sino que debe fomentarse, en la medida de lo posible, su “participación en la vida social y eclesial” (n. 53). En cuanto a la violencia digital, si bien los avances en materia de comunicación favorecen el encuentro y la solidaridad, pueden también dar lugar a formas de violencia como el ciberacoso, la difusión de la pornografía o la explotación de las personas para fines sexuales o mediante el juego de azar (cfr. n. 61).
Al poner fin a estos comentarios a Dignitas humana, traemos a colación unas palabras suyas que no debemos olvidar. Dicen así; “El respeto de la dignidad de todos y de cada uno, es la base indispensable para la existencia misma de toda sociedad que pretenda fundarse en el derecho justo y no en la fuerza del poder”. Feliz domingo a todos.