Queridos diocesanos:
El capítulo III de la encíclica Dilexit nos del papa Francisco clarifica algunos aspectos de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús que podría quedar deformada por la idea que tienen de la misma algunas personas con menor formación. Como ya hizo en el primer capítulo de la encíclica al hablar en general del corazón humano, Francisco subraya con vigor y repetidamente que cuando hablamos del Corazón de Cristo lo hacemos tomándolo como “imagen o signo privilegiado del centro más íntimo del Hijo encarnado y de su amor a la vez divino y humano” (n. 48, cfr. también n. 52, 53, 55).
Se puede decir, pues, que el corazón ha alcanzado una fuerza simbólica única, muy lejos de lo convencional (cfr. n. 53). Simboliza, repito, la persona en su totalidad y en su más honda intimidad, lo cual hace que no se lo pueda contemplar separadamente de la figura del Señor. El Corazón de Jesús nos habla de Jesucristo, Dios y hombre, pero subrayando su amor humano y divino a todos y a cada uno de los hombres (cfr. n. 55).
El Corazón de Jesús es objeto de adoración por parte de los cristianos, adoración –vale la pena insistir- “que se ofrece propia y verdaderamente al mismo Cristo”, nunca al Corazón separadamente de la figura del Señor, ya que el corazón se toma como símbolo del todo, de Cristo, Dios y Hombre verdadero.
El Papa insiste en que, el Corazón de Jesús es objeto de adoración como parte que es del Cuerpo de Cristo, unido inseparablemente al Hijo de Dios que ha asumido nuestra naturaleza; por eso, “es conveniente que ese Corazón sea parte de una imagen de Jesucristo” (n. 54). Recuerda también que la imagen del Corazón de Cristo es objeto de veneración, no de adoración (cfr. nn. 50 52), pues esta se dirige solo a lo representado en la imagen. La función de esta es llevarnos más allá de ella a la realidad que representa.
Jesucristo es hombre verdadero a la vez que Dios verdadero. Posee, pues, un corazón humano, capaz de sentimientos, de afectos y emociones humanas. Nos amó y nos ama infinitamente con un corazón humano (n. 60). De este modo, podemos descubrir en el Corazón de Jesús, el amor sensible del mismo junto con su doble amor espiritual, el humano y el divino” (n. 66). Nos podemos sentir queridos por el Corazón humano de Jesús, con afectos y sentimientos como los nuestros, y amados, a la vez, por su voluntad humana con un amor “plenamente iluminado por la gracia y la caridad” (n. 67).
Francisco advierte que la devoción al Corazón de Jesús, siendo marcadamente cristológica, es también “trinitaria”. Lo subraya con las bellas palabras de san Juan Pablo II, quien concebía la vida cristiana como “una peregrinación hacia la casa del Padre” (n. 77), y hablaba del Corazón de Cristo como “la obra maestra del Espíritu Santo” que, “nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir ‘¡Padre!” (n. 76).
El Papa concluye este capítulo exhortándonos a vivir la devoción al Sagrado Corazón practicando las obras piadosas que lo acompañan tradicionalmente– entre otras la comunión eucarística los primeros viernes de mes, o la hora de adoración los jueves-, como eficaz remedio contra el rigorismo que encuentra dificultad para hablar de la misericordia divina, o contra los elitismos que no aprecian las expresiones sensibles de la piedad popular, o el activismo volcado en actividades externas que olvida “la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión persona a persona, la cautivadora belleza de Cristo, la estremecida gratitud por su amistad” (cfr. nn. 84-88).
¡Feliz domingo a todos!