Carta semanal del Sr. Obispo. «El Adviento es tiempo de alegre espera: la espera de la llegada del Señor».

Comparte esta noticia
Facebook
X
LinkedIn
WhatsApp

Queridos diocesanos:

Con la solemnidad de Cristo Rey del universo termina el año litúrgico, llamado también ciclo litúrgico, a lo largo del cual la Iglesia “celebra con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo” (Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, n. 102). La Iglesia organiza los diversos tiempos y solemnidades a  lo largo de dicho ciclo, de manera que anualmente se haga memoria de los principales misterios de la historia de nuestra salvación. Esta historia debe entenderse no solo como un conjunto más o menos organizado de verdades, sino también como una serie de acontecimientos, de hechos, por medio de los cuales Dios realiza la salvación de los hombres. La solemnidad de la Pascua constituye el eje sobre el que gira toda la historia de la salvación y por lo mismo, todo el año cristiano.

Los principales tiempos ˗lo que podríamos llamar las estaciones del año litúrgico˗ lo constituyen los  ciclos de Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, y el denominado “tiempo ordinario”. En ellos se engastan las distintas fiestas de la Santísima Virgen  y de los santos que “llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros” (ibidem, n. 104).l

Para entender el sentido más genuino del año litúrgico es útil traer a colación unas palabras del Concilio con las que se nos recuerda que por la conmemoración anual de los misterios de la redención se nos hacen accesibles las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, “de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (ibidem, n. 103). Las celebraciones litúrgicas a lo largo del año son, pues, “lugar” privilegiado en el que Dios entra en contacto con  su pueblo: su salvación nos alcanza a través de ellas. Los diversos misterios de Cristo ˗no solo el fruto, la gracia que deriva de los mismos, sino los mismos misterios o acontecimientos de la vida de Jesús˗ se hacen presentes en esas celebraciones de una forma misteriosa, ritual y simbólica.

El Adviento, tiempo con que inicia el año cristiano, es un período de cuatro semanas que preceden a la Navidad. Su sentido y finalidad es que los cristianos se preparen para celebrar la venida de Jesús en la carne. Pero la celebración de la Navidad no es solo rememoración de un hecho histórico, su nacimiento en Belén. Gracias a su celebración en la liturgia, los hombres, como hemos dicho, entramos en verdadero contacto con  ese hecho y somos por él santificados. Al mismo tiempo, el Adviento hace que fijemos nuestra mirada en la venida definitiva de Cristo, en gloria, al final de los tiempos.

El Adviento es tiempo de alegre espera: la espera de la llegada del Señor. Por eso los cristianos escuchan en los textos y cantos litúrgicos, en especial las profecías de Isaías, palabras alusivas a la venida del Señor. Es tiempo, también, de preparación, de esmerarnos en mejorar nuestras disposiciones para que el Señor, en su venida, nos encuentre velando, con las lámparas encendidas. Por eso, en este tiempo las vestiduras sagradas son de color morado, color de penitencia, se excluyen las flores de los altares y no se dice ni se canta el Gloria, himno de alegría por excelencia.

El inicio del Adviento coincide con el de la novena de la Inmaculada Concepción. La celebración de su Novena y de la vigilia que precede a la fiesta nos introducen del mejor modo en este tiempo y favorecen el espíritu de serena alegría propia de la espera ilusionada de la Navidad, tan opuesto al ambiente banal y consumista que puede sofocarlo.

Comparte si te ha gustado