Queridos diocesanos:
Después de una breve interrupción para hablar de la Cuaresma apenas iniciada, seguimos con nuestro comentario a la Encíclica del Papa Francisco Dilexit nos, con la que nos ilustra acerca del amor humano y divino del Corazón de Cristo.
El capítulo IV de la Encíclica es el más extenso de la misma (nn. 92-163). Tiene dos partes netamente diferenciadas. La primera se detiene brevemente en algunos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento (nn. 92-101), que son como las semillas de lo que más tarde se desarrollará como espiritualidad y devoción al Corazón de Jesús, para, a continuación, fijarse en algunos efectos o “resonancias” de dichos textos en la historia de la Iglesia y dar cuenta de la progresiva expansión de esta devoción (nn.102-147).
En la segunda parte de este capítulo IV, la Encíclica se detiene en el análisis de un aspecto particular de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que la define como “devoción del consuelo” (nn. 151-163).
El Papa se fija en los textos de la Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento centrados en el tema del agua que sacia la sed de los hombres. Los tiempos mesiánicos eran vistos como el momento en que el Pueblo de Dios, lavado con el agua que brota del templo, será purificado y adquirirá una existencia plena. El tiempo mesiánico se presentaba, dice el Papa, como “una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén a fin de lavar el pecado y la impureza (Zac 12, 10; 13, 1) (n. 95). Esta fuente abierta es en el evangelista Juan el costado abierto de Cristo traspasado por la lanza del soldado, del que brota sangre y agua (cfr. Jn 19, 34). El costado abierto de Cristo es fuente que sacia la sed de los hombres y los purifica de sus pecados. A esa fuente acudirá y beberá todo aquel que tenga sed; así el costado abierto de Cristo se convierte en un manantial de agua viva (cfr. Jn 7, 37-38; Ap 22, 17).
Con palabras de san Juan Pablo II, Francisco nota que, a esta luz, se comprende que “los elementos esenciales de esta devoción pertenecen, de manera permanente, a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia, pues desde el principio la Iglesia ha dirigido su mirada al Corazón de Cristo traspasado en la Cruz” (n. 101). Ya los Padres de la Iglesia insistieron en ver en el Corazón de Cristo abierto por la lanza la fuente de la que brota y se derrama la gracia del Espíritu Santo y de los sacramentos que la comunican (n.102). San Agustín ocupa un puesto principal en lo que podríamos llamar la prehistoria de la devoción al Corazón de Jesús..Vió en el Corazón de Cristo el lugar del encuentro personal con el Señor: “no solamente la fuente de la gracia y los sacramentos (…)”, sino el “símbolo de la unión íntima con Cristo, como lugar del encuentro con el amor” (n. 103). Francisco recorre después la historia de la Iglesia, deteniéndose en algunos de los hitos más importantes que preparan el nacimiento de esta devoción (nn. 104-108).
La expansión de la devoción al costado herido del Redentor, donde reside el amor de Cristo y desde el que se derrama sobre los hombres, tuvo lugar sobre todo en la vida monástica, colmando, más tarde, “la espiritualidad de santos maestros, predicadores y fundadores de congregaciones religiosas” (nn. 109-147). El Papa señala, en fin, la particular relevancia que en la espiritualidad de la Compañía de Jesús ha tenido y tiene la devoción al Sagrado Corazón, viendo en ella, como decía el P. Arrupe, “una expresión simbólica de lo más profundo del espíritu ignaciano y una extraordinaria eficacia (…) tanto para la perfección propia como para la fecundidad apostólica” n. 146).
La próxima semana hablaremos de la devoción al Corazón de Jesús como “devoción del consuelo”.
¡Feliz II Domingo de Cuaresma!