Carta semanal del Sr. Obispo: El Señor cerca está; Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

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Queridos diocesanos:

Dentro de pocos días, millones de hombres y mujeres nos saludaremos por carta, de palabra, con una llamada de teléfono, un mensaje o un WhatsApp, repitiendo siempre idénticas palabras: ¡Feliz Navidad! Entre tanto las calles se han ido llenando de luces, los escaparates de las tiendas se han adornado con mayor o menor lujo, las gentes que llenan las vías comerciales de las ciudades van cargadas de paquetes y cestas de la compra… ¡Feliz Navidad! nos decimos unos a otros, siendo así que, en muchos casos, han pasado meses enteros sin dirigirnos un saludo. Todo parece envuelto en una atmósfera de alegría, de buenos deseos, de expresiones de amistad. Pero, si preguntáramos al azar a algunas de esas alegres personas que encontramos por las calles por la razón de ese positivo estado de ánimo generalizado, obtendríamos respuestas diversas, y no todas ciertamente acertarían con la exacta.

Muchas serían también las personas que nos dirían, con una cierta extrañeza ante la pregunta, como si fuera algo ofensivo y  la respuesta algo descontado: ¡El Señor cerca está! ¡El Señor viene! ¡Es Navidad! El sentido último y más verdadero de estos días que se avecinan sigue, en efecto, presente en muchos corazones cristianos: ¡En Belén de Judá nos ha nacido el Salvador!, el que esperaban los siglos, el deseado de las naciones, aquel de cuya plenitud todos recibimos, el Redentor del mundo, el Príncipe de la Paz, el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros. Tienen pleno sentido, en verdad, las palabras que llenan la tierra en estos días: ¡Feliz Navidad!

El peligro de la distracción es también real. El ruido de la alegría por la Buena Noticia puede resultar ensordecedor e impedirnos recibir su mensaje. Es fácil reducir el alcance del mismo, hacerle perder autenticidad, banalizarlo de algún modo, empequeñecerlo, trivializarlo. Pero ello sería lo mismo que empobrecer el mundo, estrechar sus límites que en Navidad se abren al infinito, de manera que lo eterno se hace historia y la benignidad de Dios toma forma humana en un niño indefenso que reposa en los brazos de una joven Madre que es, al mismo tiempo, Virgen purísima.

Necesitamos, más que nunca en estos días, espacios de silencio, para ponderar el Misterio que celebramos, entrar en el Portal y descubrir allí, envuelto en pañales y recostado en un pesebre, al Enmanuel, ¡Dios con nosotros! La verdad que aviva siempre la esperanza de los hombres. La presencia de Dios entre nosotros nos asegura que el mundo no va necesariamente a la deriva; que la justicia es posible; que no se apaga la luz de la verdad ni muere el fuego del amor gratuito en el corazón de los hombres, a pesar de las apariencias. ¡Es Navidad! Hay esperanza. Dios está de parte de los hombres.

Pero hemos de acercarnos a Belén y dejarnos envolver por su sencillez y silencio. Hemos de aprender las lecciones que solo allí se imparten: lecciones de paz, de humildad, de pureza, de obediencia a Dios, de servicio a los demás, de amor. Belén es la única esperanza de salvación de nuestro mundo. La salud de las naciones, de los pueblos, de las familias, de cada persona la encontramos siguiendo la estrella, como hicieron los Reyes de Oriente. Y la estrella los condujo a Belén, Hoy como entonces no faltará quien, temeroso de perder su poder, su libertad y autonomía, se sobresalte, como Herodes y toda la ciudad de Jerusalén, al oír hablar de ese misterioso Rey. Nosotros sabemos que nunca el hombre está más alto que cuando se postra a los pies del Niño-Dios, venido a la tierra para elevarnos a la condición de hijos de Dios y hacernos, a todos, hermanos. El Señor cerca está; Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad. ¡Feliz Navidad!

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