Queridos diocesanos:
El pasado lunes, 16 de noviembre, daban comienzo los trabajos de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española que suele reunirse dos veces al año, en los meses de abril y noviembre. Como es habitual, la Plenaria dio comienzo con la lectura del discurso a cargo del Presidente de la misma, Card. Juan José Omella, arzobispo de Barcelona. Se puede decir, sin temor a equivocarse, que los temas tratados en dicho discurso son los que ocupan actualmente el pensamiento de los Obispos españoles.
No podía faltar en el citado discurso la referencia a la pandemia que estamos sufriendo en estos últimos meses tanto en España, como en numerosos otros países de todo el mundo. En esta situación la llamada a la esperanza resulta necesaria e insustituible, a la vez que se siente la necesidad de que vaya siempre acompañada de un decidido empeño solidario por superar los gravísimos inconvenientes que la enfermedad comporta. De ahí que resulten intolerables los usos partidistas del mal que nos afecta.
En estos momentos de emergencia global es necesario insistir en la necesidad de vivir las virtudes “sociales” que facilitan el buen desarrollo de la convivencia social, y de poner al mismo tiempo de relieve la conveniencia de evitar tensiones innecesarias, de favorecer los acuerdos entre todos, de “construir la patria con todos”, como dice el Papa. Es este el momento más inoportuno para ceder a las divisiones, al individualismo que prescinde de los demás, que elude la cooperación con los otros, que “impone” soluciones que afectan a todos sin el debido respaldo social. Es más bien momento para cohesionar la sociedad, unificar voluntades, buscar juntos soluciones eficaces, convencidos de que la unión hace efectivamente la fuerza, y la desunión y el enfrentamiento son sinónimos de ineficacia. Las dificultades actuales están exigiendo a todos un esfuerzo por vivir un espíritu de concordia, avivando el sentido de la responsabilidad para con los demás, la necesidad de cuidar unos de otros, evitando conductas imprudentes que suponen un peligro grave para el bien común, favoreciendo comportamientos solidarios de verdadero amor al prójimo. La última encíclica del Papa, Fratelli tutti, nos enseña que es posible “reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y hacer una amistad social que integre a todos” (n. 180). Los cristianos estamos particularmente obligados a ser promotores de relaciones sociales presididas por la comprensión, el perdón, la voluntad de convivencia amistosa y sincera, humana y sobrenatural, el espíritu solidario de colaboración: la mano tendida a todos, no solo a los que sostienen las mismas ideas ni solo a los que comulgan en la misma fe y se guían por las mismas normas morales.
No se puede negar la preocupación de los Obispos en estos momentos por la peligrosa limitación de libertades y el recorte de derechos que se descubre en algunas propuestas legislativas relativas a ámbitos particularmente sensibles de la vida personal, familiar y social. No podemos menos que seguir con grave preocupación el desarrollo de los acontecimientos. Y experimentamos la obligación de alzar nuestras voces en defensa de la dignidad de todo ser humano, especialmente de la de los más desvalidos, niños no nacidos, enfermos terminales, ancianos, migrantes, y todos aquellos que sufren en sus carnes las graves consecuencias, sanitarias, económicas y sociales, de la pandemia. Asistimos igualmente con preocupación a la propuesta de una ley de educación que cercena derechos fundamentales de los individuos y de las familias, y que constituye un auténtico “trágala”, impropio de un país democrático. Una verdadera lástima porque la actual situación no tolera frivolidades e inconsciencias, sino que pide poner las energías y el empeño de todos al servicio de su pronta y eficaz superación.