Queridos diocesanos:
Desde los mismos inicios de la historia de la Iglesia, las diversas comunidades cristianas, conscientes de los estrechos lazos que las unen y sabedoras de formar parte de un único cuerpo, el cuerpo místico de Cristo, proveyeron a las necesidades de aquellas que pasaban mayores dificultades y sufrían penurias y pobreza.
En efecto, San Pablo, que nos narra lo sucedido en el primer Concilio de la Iglesia, el Concilio de Jerusalén, ve cómo los Apóstoles reconocen que el cristiano, por la fe en Cristo, ha quedado libre de las obligaciones provenientes de la circuncisión y de la antigua Ley, y acuerdan que Pablo y Bernabé dirijan su predicación a los gentiles. Y concluye: “Solo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir”. Como sabemos, Pablo se tomó muy a pecho la realización de una gran colecta en todas las Iglesias por el fundadas en favor de la Iglesia madre de Jerusalén: en la segunda carta a los fieles de Corinto (cf. 2 Co 8-9) y en la conclusión de la dirigida a los fieles de Roma (cf. Rm 15), san Pablo demuestra su fidelidad al empeño asumido en favor de la iglesia de Jerusalén.
Como comentaba el Papa Benedicto XVI: “Quizás ya no seamos capaces de comprender plenamente el significado que san Pablo y sus comunidades atribuyeron a la colecta para los pobres de Jerusalén. Se trató de una iniciativa totalmente nueva en el ámbito de las actividades religiosas: no fue obligatoria, sino libre y espontánea; tomaron parte todas las Iglesias fundadas por san Pablo en Occidente. (…) Tan grande es el valor que Pablo atribuye a este gesto de participación que raramente la llama simplemente «colecta»: para él es más bien «servicio», «bendición», «amor», «gracia», más aún, «liturgia» (2 Co 9)”. La colecta adquiere así el valor de un acto de culto: “por una parte es un gesto litúrgico o ‘servicio’, ofrecido por cada comunidad a Dios, y por otra es acción de amor cumplida a favor del pueblo. Amor a los pobres y liturgia divina van juntas, el amor a los pobres es liturgia”.
La participación concreta, también económica, en los sufrimientos, pobreza e indigencia de otras comunidades cristianas y de la Iglesia universal, ha tomado formas diversas a lo largo de la historia: donaciones, colectas, contribuciones periódicas, etc., tanto de fieles particulares como de enteras Iglesias locales, conscientes de que todos estamos llamados a sostener la obra de la evangelización y a socorrer a los pobres.
Este domingo, 4 de octubre, fiesta de San Francisco de Asís y onomástico del Papa, en la Iglesia universal se recogerá el así llamado Óbolo de San Pedro, la donación que las diócesis y los fieles del mundo entero hacemos todos los años al Santo Padre en la fiesta de San Pedro. Este año, la situación creada por el covid-19 ha hecho que la colecta se retrasara hasta este domingo. Esta es la expresión más típica de la participación de todos los católicos en la caridad del Papa para con la Iglesia universal. Es, a la vez, un signo de comunión con él y de solicitud por los hermanos que padecen necesidad.
Las obras realizadas recientemente gracias al Óbolo de San Pedro son numerosas y se encuentran en todos los continentes: obras en favor de la juventud, hospitales en zonas castigadas por la violencia, aldeas para huérfanos de sida, actividades para los campesinos y los indígenas, ayudas con motivo de calamidades naturales, etc. Gracias a la colecta de este domingo, la iglesia de Roma con su Obispo a la Cabeza, el Papa, puede cumplir su oficio de “presidir las demás iglesias en la caridad”.