Queridos diocesanos:
En los días 9-10 del próximo octubre iniciará en Roma con toda solemnidad el camino que conducirá a la celebración de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, institución eclesial que, con diversas modalidades, cuenta con una existencia plurisecular, y que fue revitalizada por el Concilio Vaticano II. Mientras que a los Concilios ecuménicos son convocados los Obispos de todo el mundo, los así llamados Sínodos de Obispos son asambleas formadas por un número limitado de Obispos escogidos de las distintas partes del mundo. Estos Sínodos pueden reunirse en asambleas ordinarias o extraordinarias, y en ellas se abordan temas de actualidad y de particular interés para la Iglesia universal.
El próximo Sínodo de los Obispos se reunirá en asamblea ordinaria en octubre de 2023 y tratará el tema: Por una Iglesia sinodal: comunión participación y misión. Tendrá unas características especiales, novedosas con relación a los celebrados hasta ahora. Será precedido por una fase preparatoria que verá la intervención de las Diócesis y Conferencias Episcopales de los distintos países, con el fin de lograr la escucha y la consulta más amplia posible de todo el Pueblo de Dios; le seguirá una fase de actuación que implicará también a las Iglesias particulares.
Como se dice en el Documento Preparatorio del Sínodo, “con esta convocatoria, el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a interrogarse sobre un tema decisivo para su vida y misión: ˂Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”˃”. El Papa quiere poner a la Iglesia a la escucha del Espíritu Santo que nos llevará a conocer con mayor hondura un aspecto fundamental del ser de la Iglesia y de su misión en el mundo; un aspecto que no duda en calificar de “decisivo”.
No se trata solo del empeño por renovar el rostro de la Iglesia, individuando lo que lo deforma o desfigura; ni de corregir o modificar, eliminar aspectos o espolear la inventiva para encontrar caminos que le permitan realizar mejor su misión. Se trata, sobre todo, de comprender con nuevas luces una dimensión del misterio de la Iglesia: su dimensión de Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios que camina en la historia siguiendo una misma vocación y realizando una idéntica misión o tarea. Representa una llamada a redescubrir el mensaje central del Concilio que ve el misterio de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios que camina en la historia hacia la Jerusalén celeste y busca difundirse en todo el mundo “entrando en la historia de los hombres” (Lumen Gentium, 9). Hechos todos miembros del Cuerpo de Cristo por el Bautismo, animados por su misma Vida, y guiados por el Espíritu Santo, gozamos de la misma dignidad, y somos igualmente responsables de la misión confiada al Hijo por el Padre. La misión evangelizadora es responsabilidad de todos, realizada por cada uno según la propia vocación. No es solo tarea de la Jerarquía que llama a los demás cristianos a colaborar con ella; es tarea común. Todos los bautizados son consagrados como sacerdocio santo -sacerdocio común, auténtico sacerdocio, aunque distinto esencialmente del ministerial o jerárquico-, que “se actualiza por los sacramentos y las virtudes”, y participa verdaderamente de la función profética y real de Cristo. La tarea de edificar la Iglesia, de evangelizar, de construir este mundo según Dios es tarea propia de cada cristiano según su específica vocación y lugar en la Iglesia. Por eso para una Iglesia sinodal, consciente de que camina unida bajo la guía del Espíritu Santo, la comunión en la única fe y en los sacramentos, la participación en la vida y misión de la Iglesia, no es tarea a la que el cristiano es simplemente invitado; le corresponde por derecho propio, por el solo hecho de ser cristiano; pero, al mismo tiempo, es una tarea, un deber, una responsabilidad, que no puede soslayar sin traicionar su condición de cristiano.
Hacer que su vida sea verdaderamente sinodal, es decir, que discurra conforme a los principios de la comunión, la participación y la responsabilidad es un empeño obligado y una tarea decisiva para la Iglesia hoy, y requiere de la oración y del sacrificio de todos.