Queridos diocesanos:
El domingo 11 de junio tenía lugar en Madrid la jornada conclusiva de la fase nacional de la Asamblea Sinodal de la Iglesia en España. Tomaron parte en la misma más de 600 personas, llegadas de todas las diócesis españolas. La mayor parte de los participantes eran laicos que representaban a las distintas Iglesias particulares. Junto a ellos, estuvo presente un elevado número de Obispos, además de sacerdotes y consagrados. Los actos centrales de la jornada fueron la concelebración de la Eucaristía presidida por el Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Card. Omella, junto con la presentación de la síntesis de los trabajos sinodales.
Algunos días antes de la celebración de Madrid, se hizo llegar al equipo nacional desde nuestra diócesis la síntesis de las conclusiones elaboradas en los meses precedentes por los 60 grupos sinodales diocesanos, que habían trabajado un temario de cuestiones en los meses anteriores. Como es sabido, los objetivos principales de las sesiones de los grupos sinodales encontraron su mejor concreción en tres palabras: encontrarnos, escucharnos, discernir; todo ello en un clima de oración, conscientes de que lo más importante en los trabajos sinodales era discernir la voz del Espíritu en nuestra actual situación eclesial. Para ello resultaba imprescindible que el Pueblo de Dios se “encontrase”, se reuniese en una experiencia viva de comunión, para que sus miembros nos escuchásemos unos a otros en un clima de colaboración respetuosa y sincera, a la búsqueda de lo que el Espíritu sugiere hoy a la Iglesia (cfr. Ap 2, 7) en su tarea evangelizadora, y de los caminos que debe recorrer en este momento de la historia.
La experiencia sinodal ha sido muy positiva y valorada, y ha marcado un camino que no puede ya ser abandonado. La Iglesia debe vivir y crecer sinodalmente, sintiendo la interna necesidad de hacerlo juntos, como miembros de un mismo Pueblo de Dios, vinculado estrechamente por la misma fe en el Dios Uno y Trino, vivificado por los mismos sacramentos por los que actúa el Espíritu de Dios, integrados en el redil de Cristo Pastor, corresponsables de llevar a cabo hoy en el mundo la misión que el Padre le confió.
En este tiempo hemos percibido con mayor viveza que debemos conjugar con más frecuencia el “nosotros”; que nadie puede sentirse solo en su camino de vida cristiana; que la diferencia entre laicos, consagrados y sacerdotes, siendo real, ha de leerse y vivirse en el horizonte de la común vocación cristiana, y que los distintos carismas que nos regala el Señor deben estar al servicio de la Iglesia y del mundo.
Son muchos los aspectos de la vida de la Iglesia que han merecido la atención de los grupos sinodales y numerosas las sugerencias hechas que la diócesis y parroquias habrán de tomar en cuenta a la hora de elaborar los planes pastorales. No podemos permitirnos que este tiempo concluya sin que deje una huella profunda que permita hablar, de verdad, de un antes y un después de la experiencia sinodal. Hemos de entender que estamos implicados en este proceso de renovación y de búsqueda de los caminos de evangelización más eficaces; y todos hemos de entender que neesitamos escucharnos mutuamente para lograrlo; que hemos de pedir al Espíritu Santo que abra nuestras inteligencias y afine nuestro oídos para escuchar su voz.
Animo a todos a continuar la experiencia sinodal en parroquias y grupos, a dar nuevo impulso a los consejos de pastoral y de economía, a estudiar juntos los modos y medidas con los que dar respuesta a los retos comunes en los distintos ámbitos de la pastoral, a “estar juntos”, a “escuchar” las distintas voces y aportaciones, y a “discernir”, con la ayuda del Espíritu Santo, lo que nuestras comunidades cristianas necesitan hoy.