Carta semanal del Sr. Obispo: La familia

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Queridos diocesanos:

El documento publicado por los Obispos españoles, repetidamente citado en esta sección en las últimas semanas y que lleva por título: El Dios fiel mantiene su alianza, dedica su capítulo tercero a las “Causas culturales, legislativas y sociales que deconstruyen la familia, reducen las personas a individuo y dificultan el bien común. Carencias eclesiales que lo favorecen”. Los Obispos indican tres tipos distintos de causas que han influido en el “desmontaje” del modelo de familia vigente hasta ahora y en la “construcción” de uno nuevo, así como en las tendencias individualistas dominantes y en la prevalencia del interés personal –familiar, regional o nacional- sobre el bien común.

En las semanas pasadas hemos fijado la atención en las causas culturales y legislativas que han influido en los tres fenómenos señalados; hoy diremos algo sobre las causas sociales de los mismos.

Tres son las causas sociales principales que, según los Obispos, influyen fuertemente en la aparición de nuevo o nuevos modelos de familia, en el individualismo creciente y, unido a este, en un menor interés y preocupación por el bien de todos o bien común. En primer lugar, se citan las razones económicas, causa de desarraigo social: de una parte, las nuevas condiciones de trabajo obligan a la gente a desplazarse; de otra las migraciones externas e internas hacia las ciudades producen grandes aglomeraciones donde es difícil acceder a la vivienda (cfr. n. 47 del citado Documento de los Obispos).

En segundo lugar, intervienen determinadas corrientes de economía política que proponen la eliminación de los “hábitos, costumbres y leyes” que se oponen a las así llamadas “leyes del mercado” que, en cambio, garantizarían automáticamente paz y prosperidad. Este mecanicismo económico requiere de un mecanicismo social que comprende a los hombres como “átomos sociales en constante movimiento e impulsados por una única consideración: el propio interés” (ibídem). Para acabar con los obstáculos que la religión, el derecho o la costumbre opondrían a la liberalización plena del mercado y a su unificación sin fronteras sirve una autoridad política con poder para acabar con ellos. Los diversos tipos de filiación, de pertenencia, de arraigo, fruto de la visión el ser humano como un ser social, relacional y naturalmente amistoso para con los demás, son vistos ahora como prejuicios, supersticiones o arcaísmos que chocan con la nueva visión, mecanicista e individualista, del hombre y de  la sociedad (cfr. ibídem).

Como tercera causa, observan os Obispos, “el estado de bienestar español realiza una inversión relativamente débil y escasamente protectora de la familia”. Aducen varios hechos como prueba de esta tesis: una globalización con déficit de equilibrio entre las regiones, países y grupos sociales, que produce polarización, incertidumbre e inestabilidad; el sucederse de crisis que, si generan, de una parte, solidaridad, de otra, pueden producir una actitud de huida al grito de “sálvese quien pueda”; ello da lugar a que cada uno piense en el bien del propio territorio o grupo, y es origen de actitudes y comportamientos xenófobos. Por otro lado, el individualismo se acentúa si solo el bienestar material y económico aparecen como horizonte de la vida, donde lo “social y comunitario se valora mucho menos que el proyecto personal de cada uno” (ibídem, n. 49).

Estos fenómenos generan desconfianza hacia los otros, los grupos y las instituciones; crece como consecuencia la desvinculación y la búsqueda aislada de soluciones a los problemas, olvidando que, con palabras del dicho popular, “la unión hace la fuerza”, que nos necesitamos unos a otros para que el bien común, sea bien de todos: un bien mayor cada vez y un bien común que, cada vez más, redunda en bien de cada uno.

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