Carta semanal del Sr. Obispo: La Liturgia es, en efecto, como dice el Papa, el “lugar del encuentro con Cristo”

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Queridos diocesanos:

La salvación de Cristo nos alcanza en los sacramentos, decíamos la semana pasada. La Liturgia es, en efecto, como dice el Papa, el “lugar del encuentro con Cristo” (Constit. Apost. Desiderio desideravi, n. 10). Ahí radica la importancia de los sacramentos y de la Liturgia en general para la vida de cada cristiano y de toda la Iglesia. Así como la humanidad santísima de Cristo fue el instrumento unido al Verbo eterno de Dios del que se sirvió para hacer realidad el sacrificio redentor, la salvación del género humano, así la Iglesia y los sacramentos que el Señor instituyó hacen posible perpetuar todos sus gestos y palabras salvíficas para nuestro bien. El Señor se sirve ahora de la “carne” de los sacramentos –agua, aceite, pan vino, palabras, gestos- para seguir sanando a todos los pecadores que se acercan a Él con fe, sea cual sea su pecado y sea cual sea la gravedad del mismo. La Liturgia de la Iglesia nos garantiza la posibilidad del encuentro salvador con Jesucristo (ibídem). El que lava el pecado de origen en el Bautismo, el que nos alimenta con el Pan y el Vino sagrados en la Eucaristía, el que nos unge con el crisma de salvación en la Confirmación o el que pronuncia palabras de perdón en el sacramento de la Penitencia es siempre el mismo Cristo en su Iglesia y por medio de sus sacramentos. Se entiende entonces que estos días atrás, en la oración sobre las ofrendas de la Misa del II Domingo del tiempo ordinario, hayamos rezado: “Concédenos, Señor, participar dignamente en estos sacramentos, pues cada vez que se celebra el memorial del sacrificio de Cristo, se realiza la obra de nuestra redención”. Abundando en la misma idea, el Papa Francisco dice en el documento que estamos examinando: “En perfecta continuidad con la encarnación, se nos da la posibilidad, en virtud de la presencia y la acción del Espíritu (en el sacramento del Bautismo), de morir y resucitar en Cristo” (n. 12).

La fuente renovadora de la vida cristiana está primariamente en los sacramentos de la Iglesia, en la Liturgia. De ahí que el Santo Padre invite a todos a “redescubrir, custodiar y vivir la belleza y la fuerza de la celebración cristiana” (ibídem, n. 16). En primer lugar, se trata de “redescubrir” algo ya conocido que ha quedado olvidado, obscurecido, pero que vale la pena remozar. “Redescubrir” el misterio de la Liturgia, la belleza de su celebración, sus necesarias consecuencias. No podemos asistir a la celebración litúrgica como quien cumple un deber o cubre un expediente latoso que debemos repetir cada domingo. “Redescubrir” la Liturgia implica comprender que no puede quedar reducida a un “ceremonial decorativo … o un mero conjunto de leyes y preceptos … que ordena el cumplimiento de los ritos”. Redescubrir y “custodiar” la liturgia, para no ceder a una “comprensión superficial y reductiva de su valor”, y menos aún, a su instrumentalización al servicio de una visión ideológica” (ibídem), política, económica o social. Por último, se trata de “vivir” la Liturgia, de adentrarse en su misterio de vida, de dejarse cambiar y transformar por la fuerza del Espíritu que en ella actúa.

Vivir bien la Liturgia, participar plena, consciente, activa y fructuosamente en la celebración cristiana es el mejor antídoto contra dos grandes peligros que amenazan una vida cristiana auténtica. La Liturgia así vivida defiende, en efecto, tanto del subjetivismo que nos encierra en nuestros sentimientos y modos demasiado personales de entender la fe y la moral cristianas, como del gnosticismo que olvida la importancia de la gracia, confía solo en las propias fuerzas, y da paso a un elitismo narcisista y autoritario” (cfr.  ibídem 17).

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