Carta semanal del Sr. Obispo: «La solidaridad traduce a la práctica la conciencia de que formamos un todo con los demás»

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Queridos diocesanos:

La semana pasada finalizaba mi colaboración centrada en la primera parte del capítulo III de la encíclica Fratelli tutti del Papa Francisco, recordando una afirmación suya según la cual libertad y fraternidad se requieren mutuamente para ser, una y otra, auténticas, verdaderas, y no simple declamaciones retóricas o expresiones más o menos románticas. Libertad sin fraternidad puede terminar en autoafirmación egoísta y exclusiva; y fraternidad sin libertad puede traducirse en igualitarismo que sofoca al individuo y priva a los demás de sus dones y riquezas particulares. El Papa, pues, da un sí decidido a la libertad de individuos y pueblos que les permite desarrollar sus capacidades y, al mismo tiempo, pronuncia otro sí igualmente enérgico a la fraternidad, al espíritu que anima a quien se sabe responsable de la fragilidad ajena (cfr. n. 115).

De ahí que la encíclica dedique una atención especial a la solidaridad, que define como actitud social -un modo de ser y de comportarse en relación con los demás-, y como virtud moral, derivada de la justicia que lleva a dar a cada uno lo suyo, lo que le pertenece. La solidaridad traduce a la práctica la conciencia de que formamos un todo con los demás, de que somos parte de una y la misma realidad. Por eso, cada uno es afectado por lo que sucede a los demás; en cada uno resuena y vibra lo que al otro le acontece. Es también por eso que nos sentimos responsables de los demás, de manera particular de los más “frágiles de nuestra familia, de nuestra sociedad, de nuestros pueblos” (ibidem). Sabernos o sentirnos solidarios, parte de un todo, se debe traducir en servicio, en poner lo nuestro a disposición de los demás, en ampliar su capacidad de generar bien, buscando la promoción del hermano.

La solidaridad no congenia con sus imitaciones, esas solidaridades esporádicas y ostentadas, interesadas y, por tanto, falsas. Solidaridad es “pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales” (n. 116).

En este punto de su reflexión, el Papa recuerda otras verdades fundamentales, básicas, de la Doctrina Social de la Iglesia, que iluminan con luz nueva el camino para la paz y la fraternidad universales. “El mundo, dice, existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos” (n. 118). Pertenece al corazón de la Doctrina de la Iglesia la verdad según la cual los bienes de la tierra tienen a todos los hombres como primer destinatario. Según san Juan Pablo II, esta verdad constituye “el primer principio de todo el ordenamiento ético social” (n. 120). Este principio no elimina ciertamente el derecho natural a la propiedad privada; pero este derecho tiene carácter “secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados” (n. 120).

La promoción del bien común incluye también la maduración de personas y sociedades en los valores morales. Sin ellos no se puede hablar de un desarrollo humano integral, de auténtico progreso, que debe ser armónico y de toda la persona. No se puede reducir, pues, al crecimiento del bienestar material, olvidando o dejando de lado los valores morales y espirituales (n.112). En esta línea, prosigue el Pontífice, “vuelvo a destacar con dolor que ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegría superficial nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses” (n. 113). ¿Es necesario, acaso, poner ejemplos de lo que afirma el Papa?

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