Carta semanal del Sr. Obispo: La unidad de los cristianos

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Queridos diocesanos:

La unidad es un anhelo del corazón humano que busca el entendimiento, la comunión, la paz, entre las personas, las familias y las naciones. Toda la humanidad, a lo largo de los siglos ha entendido que las discordias, las divisiones, los odios y las guerras son realidades que, aunque acompañen a los hombres a lo largo de su historia, representan el lado más obscuro de las misma. Quien promueve aquellas es digno de reconocimiento y aprecio. Quien alienta estas últimas puede ser denominado, con razón, como verdadero malhechor, alguien que inflige un mal a los demás en cualquier ámbito de su existencia.

Para los cristianos la unidad es un don precioso, de manera que la ruptura de la unidad de la Iglesia constituye un grave delito, y es castigado con penas muy severas. Atenta contra el ser mismo de la Iglesia que en el Credo confesamos ser Una, “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el enero humano” (Lumen Gentium, 1). Es, en efecto, tarea ineludible de la Iglesia impulsar la unidad, de manera que todos los hombres “que hoy están más íntimamente unidos por múltiples vínculos sociales, técnicos y culturales, consigan también la unidad completa en Cristo” (ibídem).

Además de por los vínculos citados, los cristianos estamos unidos por otros todavía más estrechos y fuertes, vínculos de fe, de esperanza y caridad. Sin embargo, no se da entre nosotros la unidad completa. Ya desde los primeros momentos de la vida de la Iglesia hubo divisiones y rupturas entre los cristianos y entre las comunidades de fieles, que lesionaban la unidad. Divisiones, cismas, que hirieron a la Iglesia rasgando la túnica inconsútil de Cristo. A lo largo de los siglos se han ido creando nuevas y dolorosas divisiones. También hoy seguimos expuestos a la acción del Príncipe de la mentira y padre de toda discordia. Por eso, nuestro Señor pidió en la última Cena, ardiente y repetidamente, por la unidad no solo de sus discípulos, sino también por la de que los que creerían en Él a lo largo de los siglos: “No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mi por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 20-21). Desde entonces la Iglesia de Cristo viene rezando por esta intención.

Tan dentro de ella reside el deseo de la unidad que en el Decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II, los Padres conciliares confesaron que la “restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los principales propósitos del Concilio II” (n. 1), y dieron un fuerte espaldarazo al movimiento en favor de dicha unidad.

Desde hace algunos decenios, la Iglesia reza de manera especial por esta intención en la así llamada “Semana de oración por la unidad de los cristianos”, que celebramos del 18 al 24 de este mes de enero. La Iglesia es bien consciente de que la unidad es don de Dios, regalo de su infinita misericordia, no fruto de los esfuerzos humanos. Don de Dios que exige de parte de todos una continuada renovación interior, sincera abnegación, humildad y mansedumbre en el servicio a los demás, junto con un verdadero espíritu de liberalidad fraterna con todos (cfr. ibídem, 7).

Gracias a Dios crecen entre nosotros los vínculos de respeto, amistad y fraternidad con la Iglesia Ortodoxa Rumana. El próximo día 25 de enero, fiesta de la conversión de San Pablo, a las 19.30 hs., en el salón de la parroquia de San José de Cuenca, celebraremos un acto ecuménico, para implorar de Dios nuestro Señor el don de la unidad y para quesea así más eficaz aún el anuncio al mundo de nuestro señor Jesucristo, salvador de todos los hombres. Quedáis todos invitados.

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