Carta semanal del Sr. Obispo: «La verdad no es arrogante y se conjuga necesariamente con la caridad».

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Queridos diocesanos:

Hay pensamientos, ideas o palabras, cuya verdad o acierto, con el paso del tiempo, se va poniendo progresivamente de manifiesto. Son palabras que podríamos llamar proféticas, no porque anuncien hechos futuros, sino porque representan una “lectura exacta” de los hechos presentes, una interpretación “perspicaz” de la realidad capaz de reparar o  advertir en ella lo que a otros ojos pasa desapercibido.

En la homilía de la Misa pro eligendo Pontifice celebrada el 18 de abril de 2005 en la basílica vaticana, el entonces Card. Ratzinger se refirió, entre otras cosas, a las numerosas corrientes ideológicas y modas de pensamiento que zarandeaban “la pequeña barca del pensamiento de mucho cristianos”. La fe de muchos, en efecto, había sido sometida a dura prueba por las olas de los distintos “ismos” que habían dominado la cultura occidental en los últimos decenios. En ese contexto, el que después fuera Papa con el nombre de Benedicto XVI pronunció la conocida frase: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”. El paso de los años no ha hecho sino confirmar la verdad de tales palabras.

Asistimos hoy al descarado consolidarse de una tal dictadura. Se “impone” por caminos y con instrumentos diversos un modo de pensar que se extiende a todos los ámbitos de la vida, personal, social, política, artística, económica, también al pensamiento filosófico y aun teológico, al mundo de la historia y del derecho. Ese modo de pensar se absolutiza y se “impone”, repito, como si fuera algo evidente, de manera que no soporta ser puesto en discusión, ni admite crítica alguna, y quien se atreve a ella se hace sospechoso de intenciones turbias, espurias y, en el fondo, egoístas. El opositor es anatematizado, silenciado y sometido a críticas no raramente violentas y agresivas, y a menudo perseguido. Con frecuencia da lugar a prohibiciones que, además de injustas, rayan lo ridículo y grotesco. No faltan hoy ejemplos clamorosos.

El Papa Benedicto definía la dictadura del relativismo como la negación de la verdad objetiva, absoluta, de validez permanente. La verdad es ahora fruto de la voluntad, individual o mayoritaria. La verdad ya no se nos “revela” o descubre; sencillamente “se crea”. Este modo de pensar se “impone”, comenzando por la escuela, después de haber hecho a la  verdad responsable de las grandes atrocidades históricas. Quien rechaza “ese modelo de pensamiento”, experimenta sobre sí una ingrata presión social que, lentamente, lo va haciendo incapaz de actuar contracorriente y hasta de opinar diversamente. Si se atreve a hacerlo no faltarán medios de comunicación que se encargarán de censurarlo y desprestigiarlo. Papa Francisco no ha dudado en afirmar que el fenómeno del pensamiento único ˗”la idolatría del pensamiento único”-ha causado siempre “desgracias en la historia de la humanidad”.

El rechazo del relativismo no comporta en modo alguno la afirmación de un dogmatismo irracional: la fe cristiana no puede ser etiquetada sin más como fundamentalismo. La firmeza en las convicciones de fe no se identifica con intransigencia o cerrilismo. La fe no es ni autoafirmación orgullosa, ni soberbia creación del individuo. Tampoco puede dar lugar a considerarse superior a quienes no la tienen. La fe es un don, algo que se recibe, y  requiere un espíritu abierto a la irrupción de lo que está más allá y por encima de mí. Supone una actitud humilde de agradecida aceptación del don. La verdad no es arrogante y se conjuga necesariamente con la caridad. “Si la caridad sin la verdad es ciega, la verdad sin la caridad es como címbalo que retiñe”. Por eso la fe, si no se degrada mezclándola con intereses humanos, no puede ser ejercicio de un dogmatismo excluyente, agresivo; su natural es, sí, firme y rocoso, pero pacífico y tolerante.

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