Queridos diocesanos:
Estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Durante estos días los fieles de la iglesia Católica y los miembros de las Iglesias y Confesiones cristianas pedimos con particular insistencia al Señor con una sola voz el don precioso de la unidad.
Es bien conocido el dicho según el cual “la unión hace la fuerza”; la estrecha unión, en efecto, de personas e intenciones y la suma de esfuerzos multiplica la eficacia en pro de un objetivo común. De otra parte, San Mateo en su evangelio nos recuerda las palabras de Jesús: “Todo reino dividido internamente va a la ruina y toda ciudad o casa dividida internamente no se mantienen en pie” (Mt, 12, 25). La unidad es, pues, condición de estabilidad y consistencia. La división es premisa del futuro derrumbamiento, más o menos cercano.
Mantener la unidad requiere el esfuerzo continuo para vencer las fuerzas disgregadoras que amenazan la convivencia, la unión social. Así como el amor, la verdad, la generosidad, el espíritu de servicio, el cuidado de los demás están en la raíz de la comunión y ayudan a mantenerla, el odio y los rencores, la mentira y el egoísmo son factores “naturales” de desunión, cuando no de enfrentamientos y conflictos.
De otro lado, la unidad de ideas y de corazones no se alcanza nunca con la violencia, ni privando de voz a los demás, ni con la supresión con malas artes de las diferencias, ni con la presión que no atiende a razones y no tiene mayor fuerza que las del eslogan fácil… ¡y falso!, ni con la tergiversación evidente del pensamiento de quien no piensa como tú mismo, ni con la descalificación -tan rápida como privada de razones-, manifestación inequívoca de una actitud dogmática e intolerante.
Lo llamativo es que, a veces, son los más intransigentes quienes tachan de violentos, intolerantes o fanáticos a quienes se limitan sencillamente a exponer sus ideas o a manifestar sus convicciones sin ofensa para nadie y en el respeto de quien defiende ideas u opiniones contrarias. Se tiene la impresión, con mayor frecuencia de la deseada, de que quienes más hablan de libertad y la exigen para sí, hasta con cierta agresividad, no siempre son los primeros ni los más decididos defensores de la libertad ajena. No faltan quienes pretenden imponer a los demás sus puntos de vista, su versión de la historia, su idea del hombre y de la sociedad, y no permiten que otros hablan libremente a quienes libremente quieren escucharles.
Es penoso, pero no raro, constatar que no falta quien no tiene inconveniente ni pudor en afirmar que tú dices o defiendes lo que ni dices ni defiendes, pero, sin duda, le gustaría que tú lo dijeras o defendieras, para así poder acusarte con razón.
La celebración de la Semana de Oración por la Unión de los Cristianos es buena ocasión para considerar que las discrepancias, incluso graves, no debieran ser nunca obstáculo insalvable para el encuentro respetuoso y, si es posible, cordial.
¡Feliz domingo a todos!