Carta semanal del Sr. Obispo: las dos formas fundamentales de oración

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Queridos diocesanos:
Después de haber reflexionado en las pasadas semanas sobre la necesidad de la oración y sobre algunas de las cualidades que esta debe tener, hoy quiero terminar estas consideraciones deteniéndome en las dos formas fundamentales de oración: la más conocida, que llamamos vocal, y aquella otra que la tradición reconoce de manera un tanto imprecisa como oración mental.
Como todos pueden entender fácilmente, la oración vocal es la que se hace con la boca, con los labios, es decir, la oración del alma u oración del corazón o interior que fragua en palabras. Es importante notar, que toda oración ha de ser, siempre y en cualquiera de sus formas, oración del corazón, oración que nace de dentro. Y cuando hablamos aquí de corazón queremos decir que es la persona entera la que reza. Esta oración que se expresa en palabras debe ser manifestación de otra que brota del alma. Oraciones vocales son el Padre Nuestro, el Ave María, el Rosario, el acto de dolor, las plegarias que dirigimos a los santos, los cantos que dirigimos al Señor, a la Virgen o a los santos, con los que pedimos algo o manifestamos nuestra alabanza o la gratitud, etc. A pesar de las distracciones, de las dificultades para centrar la atención en el rezo, y no obstante las circunstancias menos propicias para el recogimiento, hemos de procurar que nuestra oración sea personal, de tú a tú, íntima, no algo mecánico, frío, distraído, ruido sin contenido.
El evitar las prisas y tener presente a quién o con quién hablamos cuando rezamos, nos ayudará a que la oración vocal merezca ser tenida por tal. Nos desagradaría y no llevaríamos bien que alguien nos hablara muy de prisa, sin prestar atención al contenido de sus palabras, sin mirarnos a la cara, distraído, con la atención puesta en otra cosa.
Junto a la oración vocal, tenemos la así llamada oración mental, una de cuyas formas más conocidas es la meditación. También aquella, la oración vocal, es, en cierto modo, oración mental en cuanto expresión de nuestra oración interior, pero su nota característica es la de ser llevada a cabo con los labios. La oración mental, es cambio es rezo interior, oración del corazón, sea que entendamos este de modo preferente como pensamiento o reflexión, o como imaginación, memoria, voluntad o sentimiento.
La oración vocal cuaja habitualmente en fórmulas, pertenezcan estas a la liturgia de la Iglesia, a la piedad popular o a la devoción personal. La oración mental, en cambio, carece de esas “estructuras” propias de la oración vocal. Lo expresa bien San Josemaría Escrivá respondiendo a alguien que le había hecho presente sus dificultades para hacer oración mental: “Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” – ¿De qué? De El, de ti, alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias…, ¡flaquezas!: hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ‘tratarse’” (Camino, 91). Tras ponernos en “modo oración”, es decir, en presencia de Dios, la oración, el diálogo con Dios, se centrará, por ejemplo, en las escenas del Evangelio, en la propia vida o en la de la Iglesia, en los misterios de la vida de Cristo, en las necesidades del mundo, en la actividad pastoral, en los textos del Magisterio o de los santos… Esa actividad interior irá acompañada de propósitos de mejora en la vida cristiana, de afectos coherentes con el contenido de la oración, de inspiraciones, de luces en la inteligencia para comprender mejor los misterios y designios de Dios. ¿Oración vocal?, ¿oración mental? No se excluyen; no se estorban, más bien se complementan mutuamente.

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