Carta semanal del Sr. Obispo: ¿Lo legal es justo?

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Queridos diocesanos:

La semana pasada hablamos de algunas de las raíces culturales que han contribuido mayormente a la rápida extensión de un “ideario” que se ha ido haciendo común modo de pensar, incluso entre personas que practican la religión y que, con firme convicción, se definen a sí mismas como católicas. Lo son ciertamente en su intención y así se declaran sin ninguna duda al respecto, por más que las verdades de la fe a la que prestan su innegable adhesión, no se vean refrendadas por sus comportamientos o actitudes a menudo distantes de una práctica coherente de su fe.

Hoy prestamos atención a lo que el documento de los Obispos Españoles titulado: El Dios fiel mantiene su alianza, llama causas legislativas del nuevo ideario y del nuevo modelo social, aceptado con frecuencia de manera no solo acrítica, sino inadvertida. Un conjunto de leyes nuevas están llamadas a ejercer un influjo importante en la forja de un nuevo modelo de hombre y de sociedad. Por más que se tenga clara conciencia de que no todo comportamiento legal equivale a un comportamiento justo, es indudable efecto de las leyes sugerir, al menos, que todo lo legal es justo, que todo lo que está permitido o mandado por la ley humana es bueno.

Asistimos así al hecho de que comportamientos tenidos secularmente por injustos e inmorales, van adquiriendo carta de ciudadanía, y son blanqueados, como suele decirse, al ser designados con nuevos términos, inocuos e incoloros moralmente, y ser objeto de leyes permisivas que las consienten y las revisten, a la vez, de una honorabilidad de la que, en realidad, carecen por completo. Desde esta perspectiva se puede comprender, dicen los Obispos españoles, “la reciente legislación que se extiende por el mundo actual totalmente contraria a la razón, a la naturaleza y a la vida: aborto, divorcio, matrimonio homosexual, experimentación con embriones humanos, gestación subrogada, transexualidad…, que desde poderosos organismos financieros globales se imponen a los gobiernos” (n. 39). Dicha legislación se define obsesivamente como progresista sin que parezca que a nadie interese detenerse un momento a explicar por qué representan un progreso. Y sería sumamente interesante hacerlo, para que nadie pueda pensar que una legislación por ser nueva es ya mejor. En la Europa occidental y también en la oriental tenemos ejemplos todavía relativamente recientes para afirmar sencillamente que esa ecuación es errónea.

Somos testigos de la promulgación de leyes que quieren resolver situaciones conflictivas, a menudo muy dolorosas para quienes las sufren. Le nueva ley pretende solucionar el problema, pero lo hace, a menudo, en falso, dejando, además, la puerta abierta para que se multipliquen los casos y situaciones penosas. Al no atacar las auténticas raíces de los problemas, la multiplicación y endurecimiento de las leyes no solo no logran desgraciadamente eliminarlos, sino que, a veces, parecen agravarlos.

En ocasiones, los casos límite que dan lugar a excepciones a las leyes vigentes terminan por ser tratados como casos normales recibiendo un tratamiento legal acorde con su nueva y falsa condición. Lo frecuente o habitual aparece como algo normal, y lo normal termina por convertirse en legal. De este modo concluye el juego de prestidigitación: los comportamientos habituales se tienen por normales; estos piden que la legislación los tenga en cuenta; se convierten en legales, y así se blanquean y justifican comportamientos poco honorables. Este hábil juego es causa de confusión para muchos que pueden llegar a pensar que bien y mal se identifican con legal e ilegal, y que todo lo legal es, sin más, bueno, sin preguntarse nunca si lo legal es justo y si está suficientemente –razonablemente- justificado.

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