Carta semanal del Sr. Obispo: Maternidad subrogada II

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Queridos diocesanos:

Continuamos hoy nuestra reflexión sobre la así llamada “maternidad subrogada”. Entendemos por ella la práctica por la cual una mujer, que no es la madre genética, acuerda con otros concebir, gestar y dar a luz a un niño, o solo llevar su gestación hasta el final, renunciando a la custodia de la criatura y a sus derechos de crianza, recibiendo por ello, por lo general, una suma de dinero. Como se puede fácilmente colegir, dentro de esta suerte de definición caben muchos tipos o modalidades de “maternidad subrogada”.

Como ya decíamos la semana pasada, los motivos para que una mujer concierte ser “madre subrogada” pueden ser muy diversos. Los más frecuentes son los económicos; más raramente, pueden darse motivos altruistas o de otro tipo. La distinta motivación establece ya una clara diferencia entre las modalidades de “maternidad subrogada”.            Desde el punto de vista ético y moral, son dos las posturas ante este fenómeno. Una, considera ilícita esta práctica, la otra, en cambio, la juzga lícita.

Quienes propugnan su licitud la defienden insistiendo en que la remuneración económica, hecha o recibida por la “maternidad subrogada”, no representa ni la compra de un niño ni tampoco su venta y, por tanto, no cae bajo las leyes que prohíben la compra- venta de seres humanos. Otros basan la licitud en el “derecho a procrear” que tiene toda mujer o en que no se trata más que del ejercicio del derecho a contratar unos servicios por una compensación económica. No faltan quienes defienden esta postura diciendo que la “maternidad subrogada” beneficia a la/s persona/s que la comisionan, a la mujer comisionada y al niño.

Quienes, por el contrario, definen como éticamente ilícita la “maternidad subrogada”, en su modalidad de “vientres de alquiler” o en cualquiera otra que comporte remuneración por el “servicio” prestado, argumentan por lo general diciendo que constituye una práctica que viola las leyes contra la compra-venta de seres humanos; que comporta la posible explotación de las “madres subrogadas” y/o de las parejas que la comisionan; que se trata de una comercialización de las mismas; que origina una inaceptable deshumanización del niño; que da lugar a la “fragmentación” de la maternidad; que es fuente de males para las personas implicadas, el niño y la sociedad.

El juicio moral negativo de la Iglesia respecto de la “maternidad subrogada” en cualquiera de sus múltiples formas y motivaciones se basa en algunas de las razones ya expuestas que descalifican éticamente dicha práctica, y añade otras no menos graves: se trata, en el fondo, de la consecuencia de una visión errónea de la persona humana, una visión dualista del hombre que rompe la unidad cuerpo-espíritu, y en la que solo este es propiamente la persona. La consecuencia de esta concepción del hombre es la visión materialista de la sexualidad humana en la que se usan las facultades reproductivas de cualquier manera y por cualquier razón que se juzga sirve a la “realización personal”. Se da lugar, así, a la noción de procreación y de vida en la que se cree tener un “derecho absoluto” al hijo. El hijo ya no es don de Dios, sino un derecho. Se trata de una visión que entraña una grave distorsión de las relaciones entre los esposos, pues la procreación es moralmente lícita solo dentro del matrimonio en el que marido y mujer se entregan mutuamente y para siempre en cuerpo y alma.

Como ya se ha dicho, somos conscientes de la complejidad del tema y de la gran variedad de casos que presenta. No se ha querido, ni es posible, emitir juicio moral sobre cada uno de ellos, necesitados de un atento discernimiento Hemos querido solo arrojar algo de luz sobre un problema que presenta hoy una acuciante actualidad.

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