Carta semanal del Sr. Obispo: Mes de Mayo

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Queridos diocesanos:

Nos hemos adentrado en el mes de mayo, que la devoción cristiana dedica a honrar especialmente a la Virgen María. En otras latitudes los fieles viven en el mes de octubre los mismos sentimientos y las mismas devociones y prácticas con las que nosotros veneramos a la Madre de Dios en este mes. En nuestros pueblos y ciudades se multiplican las fiestas y romerías a los santuarios de la Virgen para tributarle culto y pedir su intercesión ante Dios, para que conceda las gracias que le pedimos. Se hace diario el rezo del Santo Rosario en las familias, parroquias y comunidades cristianas; se renueva la costumbre del “mes de mayo” o “mes de las flores” en sus formas más tradicionales o en otras con un renovado formato. Y es que la devoción a María forma parte de las más añejas devociones cristianas, aunque en cada momento tome expresiones diversas.

Como nos descubría el Papa San Pablo VI en su encíclica Mense maio (29 de abril de 1965), al acercarse este mes, su ánimo se llenaba de gozo “con el pensamiento del conmovedor espectáculo de fe y de amor que dentro de poco se ofrecerá en todas partes de la tierra en honor de la Reina del Cielo. En efecto, el mes de mayo, decía, es el mes en el que en os templos y en las casas particulares sube a María desde el corazón de los cristianos el más ferviente y afectuoso homenaje de su oración y de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono descienden hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia”.

La figura, culto y devoción a María no son algo accesorio, una especie de optional en la vida de la Iglesia y en la de cada uno de sus fieles. Ella ocupa un puesto importante, diría que fundamental, en la fe en Jesucristo, hijo de Dios hecho hombre. En efecto, la fe es Jesús no es completa si, junto con su filiación divina -Hijo del Padre-, no confesamos al mismo tiempo su filiación humana -hijo de María-. Al recitar cada domingo el Credo en la celebración eucarística, confesamos, que el Verbo de Dios se hizo carne y nación de Santa María Virgen. Este hecho da razón de la santidad de María, del puesto que ocupa en la obra de la salvación, y justifica más que sobradamente que la veneremos por su santidad, por su cercanía inigualable a Dios, y que acudamos a ella como intercesora segura y eficaz. María, asunta a los cielos, como enseña el Concilio Vaticano II, “con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna… se cuida de los hermanos de su Hijo… hasta que sean conducidos a la vida bienaventurada”. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro Mediadora” (Lumen Gentium, 62).

La práctica del “mes de mayo” ha sido y es muy querida por los Papas, bien conscientes de que la Virgen María es siempre camino que conduce a Cristo. Así es, todo verdadero encuentro con María es un encuentro con Cristo mismo. Ni Cristo puede ser separado de ella pues será siempre el Hijo de María, ni esta de Cristo porque será siempre la Madre de Jesús, y de esta su relación particular con Jesús derivan todas sus gracias y su poder de intercesión.

Invito a todos los fieles diocesanos a vivir la práctica del “mes de María”, poniendo en el centro el rezo del Santo Rosario, si es posible en familia, que tan grato es a los ojos de María. La Virgen no ha dejado de recomendarlo en sus apariciones, y todos Santos han hecho eco a su deseo. Santa Teresa de Calcuta encomendaba su misión entre los más pobres de los pobres al Inmaculado Corazón de Maria, misión que, afirmaba, era la de “llevarles a Jesús por María, empleando el Rosario en familia como arma principal”.

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