Queridos diocesano:
El domingo pasado comenzó el mes de octubre, mes de la Misiones y mes en el que tradicionalmente, en buena parte del mundo católico, los fieles honran a la Ssma. Virgen con el rezo del Santo Rosario, oración recomendada especialmente por los Papas en los últimos siglos. Como es sabido, la Madre de Dios en sus últimas apariciones, sobre todo en Lourdes y Fátima, pidió a los videntes que rezaran esta oración por la paz del mundo y la conversión de los pecadores.
Se trata de una oración “al alcance de todas las fortunas”, accesible a todos los fieles, de cualquier clase y condición; no requiere especial preparación, ni ofrece particulares dificultades, y para rezarlo no se precisa un momento concreto del día ni un determinado lugar. Se ha dicho a veces, con razón, que es la oración de los sencillos. Oración de los sencillos, pero oración dotada de particular poder delante de Dios.
Los Papas han insistido en que se trata de una oración contemplativa, ya que el rezo del Padrenuestro y de las Avemarías de cada una de las cinco decenas va precedido del enunciado de los distintos misterios de la vida del Señor y de la Virgen, propuestos a la contemplación de los fieles. Son muy conocidos por los cristianos, de manera que no resulta laborioso hacer memoria de ellos. Es importante que la contemplación de los misterios “impregne” la oración vocal, de manera que esta no quede en simple repetición mecánica y distraída, que no sea nunca simple “ruido de latas”, como decía la Santa de Ávila. El Papa Francisco nos lo recuerda cuando nos exhorta a “experimentar la belleza de rezar el Rosario, contemplando con María los misterios de Cristo”.
El Papa nos pide también que con el rezo del Rosario invoquemos la intercesión de la Madre de Dios por las necesidades de la Iglesia y del mundo, especialmente apremiantes en esos momentos. Nos pide que recemos por la anhelada paz en la martirizada Ucrania y en todas las tierras heridas por la guerra, causa de sufrimientos sin fin. A esta intención que el Santo Padre nos sugiere para nuestro rezo del Rosario, se añade la de pedir por la evangelización de los pueblos que apenas han recibido la buena nueva del Evangelio y por la de aquellos otros, algunos de muy vieja tradición cristiana, que necesitan que les sea nuevamente anunciada, de manera que la fe, a veces un tanto adormecida y desconectada de la vida, cobre nuevo vigor y acreciente su capacidad trasformadora.
Nos pide el Papa, en fin, que entre las intenciones por las que ofrecer el Santo Rosario -sea que lo recemos singularmente, en familia o en las parroquias o comunidades religiosas-, tengamos presente al Sínodo de los Obispos que celebra su primera parte a lo largo de este mes de octubre. El tiempo de Sínodo es un momento de particular relevancia para toda la Iglesia. Sabemos que se trata de un acontecimiento netamente eclesial, en el que la escucha atenta de lo que el Espíritu Santo pide a la Iglesia en este tiempo reviste particular importancia. Está en juego el discernimiento de los caminos y los medios más eficaces para la evangelización de nuestro mundo.
Junto a la actitud abierta, receptiva, “obediente” de quienes toman parte en la asamblea sinodal, resulta imprescindible que toda la Iglesia rece al Espíritu Santo con “un solo corazón y una sola alma”, para que sea Él quien la guie y avive en los “sinodales” el espíritu de escucha, de comunión, y de pasión evangelizadora.
