Carta semanal del Sr. Obispo: Miércoles de Ceniza

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Queridos diocesanos:

Con el rito de la imposición de la ceniza comienza el tiempo de Cuaresma, los cuarenta días que nos preparan para la celebración de la Pascua del Señor, el misterio de su muerte y resurrección, centro del año litúrgico, el primero y principal de los misterios de nuestra salvación.

Al comienzo de este tiempo santo de Cuaresma, el Papa Francisco nos invita a considerar sus palabras dirigidas a los jóvenes en la Exhort. Apost. Christus vivit: “Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño, y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez” (n. 123).

La Cuaresma es un tiempo de mayor escucha  de la Palabra de Dios y de conversión. Por eso, con el Papa Fracisco, os invito como práctica cuaresmal a leer reposadamente, meditativamente, a diario, una página del Evangelio. Y os invito a hacer memoria de vuestro Bautismo, con el que decidisteis seguir de cerca al Maestro como discípulos suyos. Pues habéis recibido la vida de Cristo, caminad de una manera digna de esa nueva vida. Y como no siempre lo hacemos, como a veces  nos avergonzamos del evangelio y lo ocultamos comportándonos como ajenos a Jesús, este es tiempo de conversión, de vuelta a Dios, tras un examen, sincero, detenido, dolorido. Os invito pues a vivir el sacramento de la reconciliación con Dios y el prójimo, a escuchar su llamada y a dejarnos estrechar entre sus brazos de padre amoroso. ¡Nos espera! Las imágenes de nuestra Semana Santa son una llamada, una invitación a volver a Él.

El evangelio de este día habla de las armas de la penitencia cristiana: oración, ayuno, limosna. Son las armas para los tres grandes combates que el cristiano debe sostener a lo largo de su vida. La oración que llama a la humildad, a reconocer nuestra grandeza de hijos de Dios, y nuestra miseria de pecadores. La ceniza que ponemos sobre nuestras cabezas es un signo con el que reconocemos que somos polvo de la tierra, poca cosa. A la luz de esta obra de penitencia aparece en toda su dramaticidad el sinsentido de nuestro orgullo, de nuestro querer ser como Dios, el vano ideal de superar todo límite, en definitiva el límite último de la muerte que pone coto a las pretensiones de los hombres. La ceniza nos recuerda severamente el engaño del diablo que ya en el paraíso prometía a los hombres: seréis como Dios. ¡No! Es Dios quien nos hace hijos suyos,  y nos dona la heredad que pertenece a los hijos de Dios

El ayuno cuaresmal, nuestras pequeñas privaciones voluntarias que nos recuerdan cuánta cosa sobra en nuestra vida, cuán poco se necesita para vivir una vida sobria y honesta, cuánto peso ponemos sobre nuestras espaldas que molesta nuestro caminar, cuánta cosa inútil, vana, superflua, nos asfixia. Te invito a que examines cómo va la virtud de la sobriedad en tu vida, en la comida y bebida, en tus gastos habituales, en el uso de los medios de comunicación. Examínate de qué cosas debes prescindir para no ser esclavo de ellas.

La limosna trae a la mente a los hombres y mujeres que necesitan de nosotros, que disponen de muchos menos bienes que nosotros. “Compartir con caridad, nos recuerda el Papa, hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo”. La Cuaresma nos invita a ser generosos: proponte algo concreto, una obra de caridad fruto de esa vida tuya más sobria: ¡es saludable! Eso sí, sin ostentación, sin presumir, procurando que te vea solo Dios.

 

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