Carta semanal del Sr. Obispo: «Nada podrá justificar el acabar intencionalmente con la vida del enfermo, ni aunque sea requerido por él»

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Queridos diocesanos:

Retomamos nuestro contacto virtual de cada semana después de un verano “distinto”, en el que hemos tenido que modificar tradiciones, hábitos y costumbres, a causa de la pandemia del coronavirus que no cesa en su labor devastadora, aunque se hayan suavizado sus efectos más lesivos. Aprovecho para recordar una vez más la responsabilidad moral de todos y cada uno para con la salud propia y ajena, y animar a protegernos y proteger a los demás de posibles contagios que, lamentablemente, vemos crecer cada día.

En este contexto deseo recordar la enseñanza de la Escritura en el capítulo cuarto del libro del Génesis. Después de narrar el hecho feliz del nacimiento de los dos primeros hijos de mujer, Caín y Abel, y de mostrar la distinta índole moral de los dos hermanos, el texto sagrado narra muy sucintamente el primer crimen de la humanidad: Caín dio injusta muerte a su hermano Abel. Y cuando Dios nuestro Señor se interesa por Abel y pregunta al homicida por su hermano, este le responde de manera displicente, como queriendo ocultar su pecado: No sé qué es de mi hermano. ¿Acaso soy yo su guardián? ¿Es que he de cuidar de él?

La respuesta de Caín a la demanda de Dios pone de relieve una de las actitudes morales más negativas y más contrarias al clima de paz, extremadamente apacible y amable del jardín de Edén, querido por Dios para la sociedad de los hombres y malogrado por el pecado. La despreocupación por los demás, el desinterés por los próximos y lejanos, la indiferencia ante lo que no sea el propio yo, la falta de aprecio, de respeto, de estima de los demás, la total falta de atención al que está junto a nosotros, la indiferencia ante el bien o mal del otro ˗formas todas ellas del egoísmo˗, están en la raíz de la mayor parte de las conductas desordenadas, inciviles e inmorales de los hombres.

La escena bíblica apenas evocada me venía a la cabeza en los días pasados cuando leía las declaraciones de la autora de un libro reciente que me parecieron muy sugerentes, además de bellas y verdaderas: frente a la categoría de descuido, desinterés o indiferencia, proponía ella con acierto la de “cuidado”. Este  aparecía, así lo entendí yo, como una idea clave de la moral cristiana y aún de la ética para vivir una existencia buena, y en la que sería conveniente profundizar. Entendemos por “cuidado/s”  aquella acción o acciones de cuidar, preservar, guardar, conservar, asistir, ayudar, de aumentar, en definitiva, el bien-estar o el bien-ser de otras personas y evitar que les suceda algo malo. Así, la categoría “cuidado/s se puede leer como equivalente a la de “amor”, como su traducción, pudiendo ocupar un lugar extremadamente relevante tanto en la Ética como en la Teología Moral.

Daba vueltas a estas ideas con motivo de los recientes debates en el Congreso de los Diputados acerca de la eutanasia y de la decisión del mismo de seguir adelante con la Ley que regulará esta práctica. Me parece claro que esta nunca podrá ser enumerada entre los “cuidados” médicos con el enfermo, los cuales tienen necesariamente como fin sanar, conservar la vida, mejorar su condición, aliviar el dolor, etc., nunca acabar con la vida del enfermo, pues esto es justamente lo contrario de lo que, desde la antigüedad, pretende quien ejerce la medicina. Nada podrá justificar el acabar intencionalmente con la vida del enfermo, ni aunque sea requerido por él. Algunos de los así llamados pomposamente “nuevos derechos” más que favorecer el progreso, hacen retroceder a la sociedad a estadios felizmente superados.

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