Carta semanal del Sr. Obispo: “Pensamiento correcto”

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Queridos diocesanos:

Seguramente nuestra época no es tan singular como para pensar que sólo ella puede decirse única en la historia de la humanidad. No es así. Cada tiempo posee su “espíritu”, sus características y peculiaridades que lo definen y lo distinguen de otros. Ninguno repite el que lo ha precedido ni tampoco anticipa exactamente el que le ha de seguir. Cada tiempo, como cada día “tiene su propio afán”.

Como cada época en la que parece alumbrarse un mundo nuevo, nuestro tiempo está marcado por la confusión,  en la teoría y en la práctica, en el campo de las ideas y en el de la praxis: coexisten pareceres y opiniones a veces contradictorias, defendidas con parecida fuerza y similar entusiasmo; incluso entre científicos los hechos son vistos y, sobre todo, interpretados de maneras muy diferentes; Se tiene la impresión de encontrarnos ante una razón fatigada que no solo ha renunciado en algunos casos a la búsqueda de la verdad, sino, que a veces, niega simple y llanamente que exista o, al menos, que se la pueda encontrar. Se va imponiendo un cierto pesimismo excéptico que renuncia a la verdad y se contenta con tener en cada momento como verdadero lo que sabe que no es nada más que verdad provisoria, solo porque asegura un mejor o peor funcionamiento de las cosas.

Falta con frecuencia claridad y finura conceptual y sobra ambigüedad, desorden, enredo. Así, por ejemplo se confunde libertad con capricho, espontaneidad con descortesía, progreso con disolución de costumbres, realización personal con egoísmo, respeto de la persona con la obligada aceptación de sus ideas; se interpreta como bondad la aprobación y justificación de todo comportamiento, confundiendo bondad con buenismo, y se condena como insufrible pretensión de superioridad o primacismo toda actitud crítica enraizada en sólidos y razonados principios. Surge una estricta dictadura que establece lo que todo el mundo tiene que pensar y decir, y que resulta insufrible para los espíritus verdaderamente libres. Es lo que se ha venido en llamar pensamiento correcto, del que no se puede uno apartar sin  convertirse en enemigo de sus valores supremos y ser declarado opositor y enemigo del progreso y de la libertad. Se asiste así al nacimiento de una nueva inquisición.

Buena parte de los ciudadanos de a pie, como se suele decir, se encuentran confusos en numerosos temas fundamentales, entre ellos los relativos a la verdad sobre Dios, el hombre, la familia, la sociedad, la educación o el matrimonio. La confusión nace en buena medida del hecho del surgimiento de un nuevo imaginario colectivo, esa especie de pensamiento común, de cultura dominante, promovido y alimentado por ciertos medios de comunicación, en el que creencias y certidumbres, hasta ahora sólidamente asentadas, dan paso a otras nuevas. En el ámbito religioso algunas supuestas o auténticas verdades son puestas en entredicho o simplemente negadas, cuando no ridiculizadas; otras son sustituidas por fórmulas aparentemente iguales, pero que no pueden esconder las diferencias sustanciales que median entre ambas. También en el mundo de la praxis  hay quien encuentra dificultad en identificarlo con el conocido en su niñez o juventud. Las palabras no revelan ya, sino que ocultan, el mundo real.

Si a todo ello añadimos el progresivo asentamiento en las conciencias de ideas y juicios influenciados por el hedonismo, el relativismo y el individualismo, se entiende bien la dificultad que no pocos encuentran para aceptar el sentido cristiano de la muerte; el valor sobrenatural del dolor vivido en comunión con Cristo; la sacralidad de la vida que prohíbe disponer de la propia y de la ajena como si fuéramos sus dueños y no sus administradores; el cuidado y la atención que debemos prestar a los más indefensos y necesitados; la convicción de que los bienes de la tierra tienen primariamente un destino universal, sin que ello excluya la propiedad privada de los mismos; la obligación de contribuir al bien común; la existencia de vínculos que, una vez contraídos, escapan a la voluntad personal, como en el caso del matrimonio, la vida religiosa o sacerdotal; la necesidad de una verdad que dé sentido a la libertad, etc., etc. De ahí que realidades tan novedosas en nuestra sociedad como el divorcio, el aborto, algunos derechos LGTBI, la eutanasia,  programada y prometida, etc., puedan haber encontrado carta de ciudadanía en ella. Con efectos deletéreos.

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