Carta semanal del Sr. Obispo: «Que nuestra penitencia en este tiempo cuaresmal sea, sobre todo, la de hacer el bien a todos»

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Queridos diocesanos:

Con la severa liturgia del “Miércoles de Ceniza” hemos dado inicio, un año más, al tiempo santo de la Cuaresma, un largo camino de necesaria renovación y de esperanzada penitencia que nos prepara y conduce a la celebración de la Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Prestando oídos al llamamiento del Papa Francisco, unidos a él y a todos nuestros hermanos en la fe, hemos vivido ese día como una Jornada de ayuno por la paz ante los negros nubarrones de la guerra que sufre Ucrania y que amenaza a Europa y aun al mundo entero. De nuevo “la locura de la guerra” que violenta toda razón y humilla todo derecho. Como creyentes, respondemos a la “insensatez diabólica de la violencia con las armas de Dios, con la oración y el ayuno”. Pidamos por la intercesión de la Virgen, Reina de la Paz que lo que no consiguen los esfuerzos humanos lo obtenga la oración y el sacrifico perseverante.

Como cada año, el Santo Padre nos ha dirigido un Mensaje para este tiempo de Cuaresma. Lo hace preceder de un texto tomado de la Carta de San Pablo a los Gálatas: “No nos cansemos de hacer el bien que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos” (6, 9-10). A la apremiante exhortación a hacer el bien, se añade la promesa de una segura recompensa, que anima a hacer realidad el ruego del Apóstol.

Lo primero que se nos pide es que no nos cansemos de hacer el bien. Con frecuencia, en efecto, nos sentimos asaltados por la fatiga causada por la tensión interior o por el cansancio físico que produce el esfuerzo prolongado en el ejercicio de la virtud. La perseverancia en cualquier empeño comporta siempre vencer dificultades, superar obstáculos internos o externos a uno mismo, rendir la resistencia de los enemigos que se oponen al logro de nuestro objetivo. Esa lucha, antes o después, produce cansancio, fatiga, que invita a desistir del empeño y del esfuerzo que este conlleva, y que resulta todavía mayor si va acompañada de debilidad interior.

El cansancio o la fatiga acompañan naturalmente el esfuerzo, el empeño, la lucha o trabajo por lograr algo. También el empeño por hacer el bien exige compromiso y esfuerzo, y produce cansancio por momentos. No somos maquinas, por más que ellas acusen también una suerte de cansancio -se “gastan”-, ni espíritus puros que no experimentan fatiga. Por eso San Pablo precisa sus palabras: “no nos cansemos de hacer el bien”, añadiendo un “no desfallezcamos”, es decir, “no desmayemos” o “no bajemos los brazos”; no nos dejemos llevar por el desánimo o el desaliento, que son el cansancio del alma; y tampoco cedamos al cansancio o la fatiga que quizás solo están pidiendo un tiempo de mayor descanso físico; mantengámonos en pie, no obstante, la fatiga que comporta la perseverancia, la fidelidad en el camino emprendido. No desfallezcamos, aunque nos cansemos, aunque experimentemos resistencia y a veces sintamos que se insinúa el tedio; aunque pueda parecernos que se nos pide demasiado y estemos tentados de bajar el listón de la exigencia.

“Hagamos el bien mientras tenemos la oportunidad”, nos anima el Apóstol, y “hagámoslo a todos”, sin exclusiones que un cristiano no puede admitir, pues Dios nuestro Señor hace salir el sol sobre justos e injustos, y trata a todos con misericordia. Ya llegará el tiempo de la cosecha, de recoger el fruto. El largo camino de la Cuaresma acaba siempre en la luz gloriosa de la Resurrección.

Que nuestra penitencia en este tiempo cuaresmal sea, sobre todo, la de hacer el bien a todos, venciendo las diversas formas de egoísmo y de amor propio.

 

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