Carta semanal del Sr. Obispo: «Quien no ama, no puede llegar a conocerse ni desarrollarse o alcanzar su plenitud como ser humano»

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Queridos diocesanos:

El cap. III de la encíclica Fratelli tutti tiene como título: “Pensar y gestar un mundo abierto”. Se extiende a lo largo de 40 números y es uno de los más largos de todo el documento. Se puede decir que en él el Papa pone las bases doctrinales de toda su exposición. De ahí su interés.

El capítulo inicia con unas palabras del Concilio Vaticano II que recuerdan una de las enseñanzas más bellas y profundas de San Juan Pablo II en la primera de sus encíclicas. “El ser humano, dice Francisco, está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud ‘si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás’” (n. 87). O como dice más adelante: “Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose” (n. 95). O lo que es lo mismo, quien no ama, no puede llegar a conocerse ni desarrollarse o alcanzar su plenitud como ser humano. Estamos hechos para el amor. Es la “ley de éxtasis” (n. 88), que lleva a salir de uno mismo, del encerramiento egoísta, para hallar en los otros el crecimiento del propio yo. No se crece sin los demás.

También la altura moral y espiritual de la persona está determinada por el amor a Dios y a los demás, “criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana”, afirma Francisco con palabras de Benedicto XVI (n. 92). Es conocida la enseñanza de san Pablo según la cual ninguna de las virtudes es “como Dios la entiende”, si no está transida por la caridad, por el dinamismo de apertura, de salida de sí que le es propio.

Si esto es así, interesa sobre manera saber de qué estamos hablando cuando pronunciamos la palabra caridad o amor. Según Francisco: es el movimiento que centra la atención en el otro “considerándolo uno consigo” (n. 93), lo que lleva a buscar el bien de la otra persona, pues se la aprecia como algo grande e importante para uno mismo; puesto que es alguien dotado de gran valor para mí, me entrego y me doy a él (cfr. n. 94). Pues bien, dice el Papa, solo en esta forma de relacionarnos se hace posible la “amistad social” que no excluye a nadie y la “fraternidad abierta a todos” (n. 94), pues el amor reclama una creciente y progresiva apertura a los demás, hasta abrazarlos a todos, también a aquellos que no son parte de los nuestros.

Es este amor el que da lugar a las sociedades abiertas y desbroza el camino a la fraternidad universal. Si cada persona vale tanto, si es de tan alto precio “siempre y en cualquier circunstancia (n. 106), entonces es claro que “el solo hecho de haber nacido en un lugar con menos recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad” (ibídem). La dignidad de la persona no se fundamenta en estas o las otras circunstancias “sino en el valor de su ser” (n. 107). Para el Papa Francisco este es un “principio elemental” de la vida social; elemental y fundamental, podemos decir. “Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la supervivencia de la humanidad” (ibídem).

Existe el peligro real de acoger a medias el citado principio. Se puede sostener, en efecto, que debe haber, sí, posibilidades y libertad para que todos puedan lograr una vida digna, pero sin caer a la vez en la cuenta de que la situación de la que se parte, de que hay, por ejemplo, gente menos dotada o más lenta o más débil. Si no se tiene esto en cuenta, la libertad puede quedarse en una libertad declamada, y la fraternidad en una expresión romántica más (cfr. n. 109). Libertad y fraternidad se requieren y necesitan mutuamente para ser auténticas la una y la otra.

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