Queridos diocesanos:
Con el final de los meses más típicamente veraniegos habrá también terminado un merecido tiempo, más o menos prolongado, de vacaciones. Es de esperar que haya representado un tiempo de efectivo descanso –bien distinto de la mera inactividad, del insípido no hacer nada-, en el que haya sido posible intensificar las relaciones familiares, frecuentar personas amigas, visitar lugares entrañables en la historia de cada uno o de la familia, hacer viajes imposibles en otros momentos, gozar de la naturaleza que nos revela a su Creador, hacer reposada lectura de buena literatura, etc.
Llegado este mes de septiembre, es momento de vencer perezas, de “reactivarse” reiniciando trabajos, recuperando ritmos perdidos, actualizando costumbres quizás un tanto relajadas durante el estío, emprendiendo nuevas iniciativas, planeando las actividades el nuevo curso, renovando ilusiones, recomenzando, en una palabra.
También pastoralmente iniciamos un nuevo curso en la tarea evangelizadora que, si nunca admite parones o “vacaciones” que suponen olvidar la misión recibida, ha podido verse limitada o frenada en su intensidad. Es pues momento de sacudir posibles somnolencias y recuperar cuanto antes el adecuado tono vital humano y sobrenatural.
A no mucho tardar saldrá a la luz la nueva Carta Pastoral para el curso que ahora comienza. En ella se propondrán algunas líneas de trabajo que puedan guiar las actividades parroquiales y diocesana, que ahora os adelanto en apretada síntesis.
La celebración del Año Jubilar ordinario centrará en buena medida nuestro trabajo a lo largo del próximo curso. En su momento se dará a conocer las peregrinaciones a Roma que se están organizando para ganar el Jubileo, la indulgencia y las gracias que Dios nuestro Señor nos regalará en ese año con especial largueza. Dichas gracias se podrán lucrar también en distintos lugares de la diócesis.
Los antiguos peregrinos acudían a Roma en los Años jubilares para obtener de la misericordia de Dios, con más facilidad, el perdón de sus pecados. En este próximo año, los fieles somos llamados a acudir con mayor frecuencia y con la preparación adecuada a recibir el sacramento del perdón. Experimentar la misericordia de Dios nos llevará de la mano a tener ojos de misericordia con los demás, a ser sensibles a las miserias humanas y a sembrar paz y alegría en quienes nos rodean o en quienes conviven con nosotros. Los sacerdotes procuraremos dedicar generosamente parte de nuestro tiempo a la administración del sacramento de la Confesión.
Inmersos todavía en el Año de la Oración que el Santo Padre ha querido como preparación para el Año Jubilar, debemos proseguir en nuestro deseo de aumentar los tiempos de oración personal, y de hacer de nuestras parroquias auténticas casas de oración, con la Eucaristía dominical como verdadero centro de su vida y actividades. La experiencia enseña que la devoción a la Sgda. Eucaristía es fermento infalible de vida cristiana en las parroquias y en la vida de cada uno.
A lo largo del próximo año algunas tareas deberán seguir ocupando un puesto importante en nuestra pastoral. En primer lugar, todas las que tienen que ver con la mejora de nuestra formación doctrinal-religiosa. Es muy necesario que sepamos dar razón de “nuestra esperanza”, que conozcamos y sepamos trasmitir las verdades de la fe y de la moral cristianas, sobre todo en tiempos en que se despachan como verdad creencias sin fundamento y doctrinas que contradicen las verdades “más naturales, universales… y elementales”. Nuestro Instituto Teológico ha organizado un curso encaminado específicamente a la formación de catequistas, lectores y acólitos. Invito encarecidamente a unos y otros a participar en el mismo.
En la Carta Pastoral anunciada se darán a conocer algunas otras líneas de acción.
Un cordial saludo para todos, y buen comienzo del nuevo curso.
