Carta semanal del Sr. Obispo: Respuestas a una doble pregunta

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Queridos diocesanos:

Retomo hoy el tema de la semana pasada, centrado en el Sínodo de los Obispos que se celebrará en octubre de 2023, y que versará sobre una de las dimensiones o aspectos  fundamentales de la Iglesia: su carácter sinodal.

El objetivo principal de la asamblea de los Obispos que se reunirá en sínodo -una de las expresiones o manifestaciones de ese carácter sinodal de la Iglesia- es el de responder a una doble pregunta. La primera se interroga por el grado de sinodalidad que se vive en la Iglesia, y se puede formular de este modo: ¿cómo se realiza hoy en la Iglesia, a todos los niveles –parroquial, diocesano, de Conferencia Episcopal y de Iglesia universal- el “caminar juntos” para anunciar el Evangelio a todos los hombres?. Se trata, pues, de interrogarnos, en los distintos niveles apenas mencionados, sobre a) cómo vivimos la comunión en la fe de la Iglesia,  sus sacramentos, la caridad…; b) en qué grado participamos en la misión común de la Iglesia de anunciar a los hombres el Evangelio de Jesucristo, de acercarlos a las fuentes de la salvación, promoviendo la unidad de todo el género humano, puesto que ella “es, en Cristo, (…) signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium, 1); c) hasta qué punto nos sentimos corresponsables de la misión de la Iglesia, es decir, hasta qué punto tenemos  y sentimos que la misión de la Iglesia es nuestra, de todos y de cada uno, y como vivimos en concreto esa corresponsabilidad.

Mientras que esta primera pregunta se formula a modo de examen sobre el grado de la sinodalidad que viven nuestras comunidades cristianas, es decir, sobre la medida y calidad de nuestra comunión, nuestra participación y corresponsabilidad en la tarea encomendada por el Señor a todos los cristianos, la segunda pregunta busca descubrir los caminos “para crecer como Iglesia sinodal” (Documento preparatorio, Por una Iglesia sinodal: comunión participación y misión, n. 2). En este Documento se nos ofrecen pistas para ese crecimiento; entre otras aquellas que tienen como objetivo:

  • Dar a cada uno la oportunidad de expresarse y ser escuchado, para contribuir en la construcción del Pueblo de Dios;
  • Reconocer, valorar y apreciar los distintos carismas con los que el Espíritu Santo ha enriquecido y enriquece a la Iglesia;
  • Vivir la experiencia de “modos participados” de ejercer la responsabilidad en el anuncio de Evangelio y en el compromiso por edificar un mundo más habitable;
  • Mejorar o cambiar las formas de ejercer el poder que sean poco coherentes con el Evangelio o que no hundan en él sus raíces;
  • Sostener a la comunidad cristiana en el empeño por regenerar las relaciones distorsionadas entre individuos y comunidades; construir caminos de diálogo, de promoción de la fraternidad y de amistad social;
  • Aprender de las experiencias sinodales que han dado buenos frutos.

Se trata pues de favorecer la conciencia de pertenencia a la Iglesia, impulsando todas las prácticas encaminadas a una mayor participación en su vida y misión: revitalizar o renovar los consejos de economía que deben existir en todas las parroquias; crear los consejos de pastoral en aquellas otras que todavía no cuentan con él; participar activamente y con espíritu de iniciativa en el Consejo de Pastoral Diocesana y en el Consejo Presbiteral, como estructuras privilegiadas de sinodalidad; impulsar a nivel de arciprestazgo actividades que impliquen  a todas las parroquias del mismo; hacer propios y secundar los objetivos propuestos  para toda la diócesis; participar, crear o favorecer eventos que pongan de manifiesto la realidad del Pueblo de Dios en Cuenca (celebraciones diocesanas, peregrinaciones a los santuarios de la Virgen con mayor arraigo popular, a nivel diocesano, nacional o internacional; celebraciones interparroquiales de los sacramentos, formación de catequistas, preparación al matrimonio…). La tarea es un reto ilusionante. Y es de todos. Es decisivo tomar conciencia de ello.

 

 

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