Carta semanal del Sr. Obispo sobre las graves violaciones de la dignidad humana que se producen actualmente en nuestro tiempo

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Queridos diocesanos:

La Declaración sobre la dignidad humana, emanada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, que lleva por título Dignitas infinita, de la que venimos ocupándonos a lo largo de las últimas semanas, tuvo, como sabemos, una larga gestación. En un determinado momento de la misma, el mismo Papa Francisco intervino para pedir que en el texto de la Declaración “se prestara mayor atención a las graves violaciones de la dignidad humana que se producen actualmente en nuestro tiempo”. La petición del Santo Padre fue naturalmente atendida por los encargados de la redacción del documento. Así, se redujo la parte doctrinal inicial del texto, para ocuparse con más detenimiento de las violaciones que hoy sufre la dignidad de la persona. De hecho, el capítulo IV de la Declaración que se ocupa de “Algunas violaciones graves de la dignidad humana” (nn. 33-62) es notablemente más largo que los tres primeros capítulos en su conjunto (nn. 10-32)

En la Presentación del Documento se da la explicación al afirmar que: “La denuncia de estas graves y actuales violaciones (…) es un gesto necesario, porque la Iglesia está profundamente convencida de que no se puede separar la fe de la defensa de la dignidad humana, la evangelización de la promoción de una vida digna y la espiritualidad del compromiso por la dignidad de todos los seres humanos”.

La Declaración fija su atención, en primer lugar, en lo que ya el Concilio Vaticano II enseñó en la Constitución Gaudium et spes, n. 27. El Concilio define tres grupos de actos como contrarios a la dignidad de la persona: el primero abraza “cuanto atenta contra la vida -homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado-“. En segundo lugar, se presenta como un atentado contra la dignidad del hombre “cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las tortura morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena”. Un tercer grupo de acciones que lesionan gravemente nuestra dignidad lo constituyen “las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes…” (ibídem).

El documento que comentamos se refiere también a la pena de muerte que ofende la dignidad fundamental, ontológica, de la persona, una dignidad que es inalienable, como hemos repetido las semanas pasadas, más allá o independientemente de cualquier circunstancia. Se argumenta que, si esta dignidad no se niega ni al peor de los criminales, no se le podrá negar a nadie (Dignitas infinita, n. 34).

En los números sucesivos, la Declaración se detiene en algunas graves violaciones de la dignidad de la persona que son “de especial actualidad” por revestir, con frecuencia, formas nuevas. Así, por ejemplo, al hablar del drama de la pobreza, se subraya “el escándalo de las disparidades hirientes” y de la pobreza de la falta de trabajo y de la falta de dignidad del mismo (cfr. nn. 36-37). La Declaración dedica dos números (38-39) a hablar de la tragedia de la proliferación de los conflictos bélicos, que ha permitido al Papa hablar en repetidas ocasiones de una suerte de “tercera guerra mundial en etapas”. La oposición a la guerra es frontal, haciendo eco en este punto de las declaraciones de los último Pontífices, para quienes la guerra no puede ser solución para los conflictos. La postura de Dignitas infinita es todavía más clara y decidida cuando se trata de guerras originadas por motivos religiosos.

La próxima semana, D.m., nos ocuparemos de otras graves violaciones de la dignidad de la persona humana particularmente presentes en nuestro tiempo.

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