Carta semanal del Sr. Obispo: Todos los santos son obra de su gracia, pero ninguno es copia de los demás

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Queridos diocesanos:
Hemos comenzado el mes de noviembre con dos celebraciones de gran arraigo en el pueblo cristiano. La primera es la solemnidad de Todos los Santos, día en que la Iglesia celebra la memoria de todos los hombres y mujeres justos que gozan de Dios en el cielo, pero que no cuentan con un día a lo largo del año en el que reciban un culto “individualizado”. Los celebramos a todos en ese día.
En esta fecha y con esta solemnidad hacemos visible la riqueza de la santidad de la Iglesia, la de tantos hombres y mujeres que han recibido ya la corona de la gloria. Todos han obtenido la misma recompensa como premio y regalo, a la vez, por una vida en la que lucharon por seguir de cerca a su Señor llevando la cruz de cada día. Como recordaba días atrás el evangelio de la Misa, todos se esforzaron en “entrar por la puerta estrecha” (Lc 13, 25). La inmensa mayoría de ellos fueron personas que no poseyeron carismas especiales ni cualidades extraordinarias, ni realizaron empresas de particular valor ni despertaron asombro o admiración entre los suyos, menos aún entre los extraños. Fueron, simplemente, hombres y mujeres buenos, fieles a Dios en lo de cada día, en las faenas y tareas comunes a tantos otros, que ya recibieron el premio.
Los veneramos, quizás con particular devoción, porque los sentimos parecidos a nosotros, cercanos por su modo y género de vida, “santos de la puerta de al lado”, como ha dicho con singular acierto el Papa Francisco. Su fiesta nos alegra porque, al contemplar sus vidas, la santidad nos parece más accesible, más al alcance, por así decir, de nuestros bolsillos. En ellos vemos realizada la doctrina de la Iglesia que nos habla de la llamada universal a la santidad, que el Señor dirige a todos sin distinción de edad, estado y condición; independientemente de los bienes de fortuna, de ciencia, de salud…, que cada uno pueda tener. Pero esta llamada debe hacerse efectiva, debe “encarnarse”, en la situación y condiciones en las que Dios ha puesto a cada uno. Es en esa “situación” personal en la que debemos “esforzarnos” por vivir las virtudes cristianas -¡que incluyen también las humanas!-, haciendo de nuestras vidas, trabajo y relaciones de todo tipo, una existencia sencilla, pero auténticamente cristiana.
De ese modo acogemos también las palabras del Concilio Vaticano II con las que ha proclamado que “todos los fieles, cristianos de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (Lumen Gentium, 11), palabras que han hecho eco en nuestros días al mandato de Jesús: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
Comentando el pasaje apenas citado del Concilio, el Papa Francisco subraya las palabras: “Cada uno por su camino”. Y continúa con otras que nos confortan y estimulan: “Entonces, no se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables. Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso podría hasta alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros” (Francisco, Exhort. Apost. Gaudete et exultate, 10-11). El multiforme coro de los santos, canta la gloria de Dios, de infinita belleza y santidad. Todos los santos son obra de su gracia, pero ninguno es copia de los demás. En cada uno se puede admirar la riqueza infinita de la santidad divina.
Feliz Domingo a todos

 

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