Queridos diocesanos:
En los días que preceden a la fiesta de la Conversión de San Pablo, concretamente del 18 al 24 de enero, se celebra desde hace ya varios decenios la Semana de Oración por los Cristianos. Dicha celebración ha ido lentamente calando en el corazón de todos los fieles que nos dirigimos en estos días a Dios pidiendo la unidad de todos los creyentes en Cristo. Recemos, pues, con fe, junto a todos los hermanos separados para que el Señor nos conceda el gran don de la unidad.
Conscientes de que la unidad de cuantos le confiesan como Señor fue algo intensamente querido por Jesucristo, y de que por ella rezó particularmente al final de su vida terrena, los último Pontífices han hecho de ella uno de los objetivos principales de su ministerio como sucesores de Pedro. El así llamado Movimiento Ecuménico en favor de la unidad, la oración común, los trabajos encaminados a superar las diferencias, han ido creando un clima favorable, en el que se han hecho cada vez más visibles los puntos en común, y las discrepancias y desavenencias van perdiendo sus aristas. De manera particular, la sangre derramada por los mártires de las distintas Iglesias y Confesiones como consecuencia de su fidelidad al mismo Dios y Señor, ha hecho que crezca una corriente de simpatía entre todos y aumenten los sentimientos de cercanía y amistad. La común experiencia de encontrarnos en un mundo a veces hostil al mensaje cristiano y cerrado a la Buena Nueva del Evangelio ha hecho también que se sienta la necesidad de colaborar en un empeño común, de manera particular en el amplio mundo de la caridad.
El lema que se nos propone este año para la celebración de la Semana de Oración por la Unión de los cristianos: “Nos trataron con una solicitud poco común”, está tomado de los Hechos de los Apóstoles (28, 2) y hace referencia a la actitud con que los habitantes de la isla de Malta recibieron a los supervivientes del naufragio de la nave en que viajaba Pablo en su ida a Roma para ser juzgado ante el César. La curación del hombre principal de la isla y los muchos milagros realizados por el Apóstol hicieron que los hombres y mujeres del lugar les colmaran de atenciones y los proveyeran de todo lo necesario al hacerse a la mar de nuevo. Con la elección de esas palabras como lema se ha querido poner de relieve la necesidad de la virtud de la hospitalidad invitándonos, más en general, a hacer uso de una mayor generosidad para con los que pasan necesidad. Entre estos se encuentran aquellos cuyas vidas están a merced de enormes fuerzas políticas, económicas, a veces sin rostro definido, o quienes sufren en sus carnes la indiferencia, la insensibilidad y la frialdad porque son mirados como extraños.
En la oración de estos días por la unidad, será bueno pedir a Dios Nuestro Señor que nos haga sentir el dolor por el desgarro de la separación; que nos permita escuchar y hacer propia la oración de Jesús que clama por la unidad; que nos empuje a pedir perdón por los errores pasados, las injurias no perdonadas, las tensiones no reprimidas, las divisiones consentidas, las guerras entre hermanos, los desprecios fruto de la voluntad de ignorarnos. Es la hora de dejarnos interpelar por el espectáculo de un mundo necesitado de Dios; por la exigencia del testimonio de nuestra unidad para que el mundo crea que Jesús es el enviado del Padre; por la urgencia de trabajar unidos en favor de los más débiles y pobres; por la voluntad amorosa del Padre común que nos invita a pedir y dar el perdón, a procurar la reconciliación, a esforzarnos por la mutua aceptación, a rezar con una sola voz la oración que Jesús mismo nos enseñó. Que la bienaventurada Virgen María interceda ante Dios Nuestro Señor para que nos conceda superar el odio con el amor, la ira con la paciencia, el recelo y la desconfianza con la franqueza y la sencillez, obligada entre hermanos.
