Carta semanal del Sr. Obispo: Vida consagrada, vida entregada

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Queridos hermanos:

El próximo 2 de febrero, Fiesta da la Presentación del Señor en el templo, la Iglesia celebra en todo el mundo una nueva Jornada de la Vida Consagrada. Con ella quiere poner de nuevo en primer plano la vida de tantos hombres y mujeres que consagran su vida al servicio de Dios y de los hermanos. Una consagración que significa y manifiesta la total entrega de sus corazones y de sus vidas, mediante la profesión de los así llamados consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.

En el Mensaje de los Obispos españoles de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada se dice que esta es una forma de vida que constituye un “don para la Iglesia y para el mundo”. Y lo es en verdad. Basta considerar el número de miembros de la Vida Consagrada, hombres y sobre todo mujeres, que entregan sus vidas a Dios y a los demás en el silencio del claustro con su vida oculta, serena, alegre, de sacrificio y de plegaria, por el bien de todos, o en los más variados servicios a los demás. Piénsese en los millares de consagradas y consagrados que queman gozosamente sus vidas en tareas caritativas, asistenciales y de educación: hospitales, dispensarios, colegios, guarderías, actividades parroquiales en barrios más o menos extremos, asistencia a emigrantes, refugiados y prófugos, promoción de la mujer, atención a las víctimas de la violencia, del mundo de la droga, de la prostitución… Su ausencia de estos campos produciría un vacío difícil, si no imposible, de llenar.

La vida consagrada de tantos hombres y mujeres representa una verdadera profecía en este mundo nuestro. Sus vidas en pobreza, castidad y obediencia, son una voz, un verdadero grito podríamos decir, que despierta a un mundo distinto en el que no reina el ansia obsesiva de disponer de cada vez más cosas, de dominar y usar a los demás para una satisfacción egoísta, de imponer la propia voluntad como último y supremo criterio.

Necesita la Iglesia y necesita el mundo de una Vida Consagrada dichosa del don recibido, feliz con la misión a la que el Señor la llama; que sea humilde servidora de los demás, ejemplo de fidelidad a la vocación, testigo del Reino de Dios, ejemplo de fraternidad y de concordia, estímulo en la lucha por alcanzar la santidad.

La Iglesia y el mundo, aunque este no sea consciente, necesitan de la Vida Consagrada en la que se trasparente que es un verdadero regalo de Dios, un bien precioso; un halo de sobrenatural humanidad, de luz y de calor; un verdadero anticipo de lo que un día podremos gozar, en inimaginable plenitud, en el cielo.

Cuando rezamos para que no falten vocaciones a la Vida Consagrada, cuando agradecemos especialmente este don de Dios y pedimos por su santidad lograda en la vivencia fiel del propio carisma, estamos pidiendo, al mismo tiempo, por la Iglesia y por el mundo.

Con palabras del lema de esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada, a la vez que agradecemos a Dios nuestros Señor la pluralidad de los dones que en ella se integran, pedimos que ese día sea ocasión para que se renueve en todos aquella primera respuesta a la llamada: “Aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad”, con la que dio comienzo su vida consagrada a Dios y a los demás.

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