Carta semanal del Sr. Obispo: Vida consagrada

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Queridos diocesanos:

Coincidiendo con la fiesta denominada popularmente como “la Candelaria”, litúrgicamente “Fiesta de la Presentación del Señor”, la Iglesia ha celebrado la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. La importancia de esta para la Iglesia y para la sociedad no se debe simplemente a las decenas de miles de hombres y mujeres que integran la vida consagrada en todo el mundo; ni tampoco a las innumerables obras de carácter educativo, sanitario, asistencial, de caridad, de ayuda a personas que se encuentran en situaciones límite o que sufren las variadas pobrezas que van surgiendo en nuestro mundo

La vida consagrada es importante no solo por los beneficios que su vida y actividad reportan a la sociedad, sino principalmente porque, como ha recordado el Papa Francisco, “está en el corazón mismo de la Iglesia”. El Concilio Vaticano II, al hablar de los religiosos enseña que “el estado constituido por la profesión de los consejos evangélicos (de pobreza, castidad y obediencia), aunque no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de manera indiscutible, a su vida y santidad” (Constit. Dogm. Lumen Gentium, 44). A la Iglesia, pues, interesa muy mucho la buena salud de la vida consagrada, ya que contribuye grandemente a su vitalidad y acrece su santidad original con la vida santa de quienes se obligan a la práctica de los consejos evangélicos mediante los votos u otros vínculos sagrados. Todos los cristianos debemos amar y venerar la vida consagrada, promover las vocaciones y orar por la santidad de sus miembros; así colaboramos para que la Iglesia represente mejor a Cristo y goce de creciente vitalidad.

El lema propuesto cada año para esta Jornada pone de manifiesto algunos de los rasgos o aspectos de la vida consagrada. Este año, el lema es muy corto de palabras, pero muy rico de contenido: “Caminando juntos”. Como es sobradamente conocido, el Papa Francisco ha convocado un Sínodo, con el que pretende que toda la Iglesia viva y actúe con un espíritu sinodal. La conciencia de formar parte de un único Pueblo que camina en la historia hacia la patria celestial y va edificando el reino de Dios mientras peregrina en este mundo, debe impregnar el ser de la Iglesia y su variada actividad.

La vida consagrada forma parte de este Pueblo de Dios, enriquecido por numerosos carismas, que camina estrechamente unido. Los miembros de la vida consagrada deben vivir la comunión con todos los demás miembros del Pueblo de Dios, sintiendo el gozo de caminar junto a ellos y poniendo a su servicio los carismas con que Dios los ha enriquecido. Los miembros de la vida consagrada se esfuerzan por vivir con plenitud el propio don, contribuyendo de ese modo al bien de todo el Pueblos santo de Dios. Todos a una en el seguimiento de la personal vocación, de la voz personal con que el Señor nos invita seguirle. Todos a la escucha de la Palabra de Dios, de lo que el Espíritu Santo dice a las Iglesias y a cada uno de nuestros hermanos y hermanas, para que la Iglesia sea verdadero signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (Lumen gentium, 1). Todos caminando juntos viviendo la comunión, contribuyendo a que haya en la Iglesia un clima de verdadera caridad que, en los ambientes en que cada uno se mueve, se desborde en un espíritu y obras de comprensión, de perdón, de servicio generoso, de fraterna benevolencia.

En estos días pidamos especialmente por nuestros hermanos y hermanas de la vida consagrada y hagámonos partícipes de sus alegrías y esperanzas: también de sus anhelos y preocupaciones.

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