Carta semanal del Sr. Obispo: Voluntad contra razón y verdad

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Queridos diocesanos:

La semana pasada hacíamos notar que en la redacción de la Declaración Dignitas infinita fue un explícito deseo del Santo Padre el que esta no se limitara recordar los principios morales relativos a la dignidad radical de toda persona humana al margen de su situación o condición, de sus capacidades y actuaciones. El Papa quiso que se tratara concretamente de las múltiples, variadas y graves violaciones que hoy sufre la dignidad de muchas personas. No quiso que se hablara de ellas en general, sino que se las reconociera por su propio nombre, aun a riesgo de parecer reiterativo y machacón. Cuando se trata de la misma dignidad radical o esencial de la persona, la grave violación de la misma posee una seriedad infinita por tratarse de una ofensa a Dios. Cada persona, en efecto, ha sido creada por Dios a su imagen y semejanza y es un proyecto suyo.

En mi última “Carta” subrayé las violaciones de la dignidad humana que tienen que ver con la vida de las personas, su integridad y las condiciones infrahumanas de su existencia. Una atención especial fue reservaba a la pena de muerte y a la guerra.

Hoy me ocuparé, aunque sea de manera muy somera de otras lacerantes violaciones de la dignidad del ser humano. Entre ellas, la Declaración reserva una mención particular al trato inhumano que sufren a menudo los inmigrantes, sobre todo los obligados a abandonar la propia patria contra su voluntad. La forma en que son acogidos pone de manifiesto con demasiada frecuencia la falta de un mínimo respeto por su dignidad (Dignitas infinita, n. 40). El Documento se detiene a hablar sobre la trata de personas, una actividad innoble, dice (n. 41), que, si no constituye un fenómeno nuevo, sí que presenta hoy dimensiones trágicas. Son también formas brutales de negación de la dignidad personal “el comercio de órganos y tejidos humanos, la explotación sexual de niños y niñas, el trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, el tráfico de drogas y de armas, el terrorismo y el crimen internacional organizado” (n. 42).

La Declaración sigue enumerando las graves ofensas a la dignidad de hombres y mujeres, y cita entre ellas los abusos sexuales que dejan profunda huella y causan enorme sufrimiento en quienes los padecen; la violencia contra las mujeres, “un escándalo global cada vez más reconocido”; las graves desigualdades entre hombres y mujeres con respecto al salario, las promociones en la profesión, los derechos de familia; desigualdades que constituyen verdaderas formas de violencia y tienen carácter discriminatorio. Una mención especial se hace de la denominada violencia sexual que con frecuencia tiene como objeto a las mujeres (n. 45).

Atención particular dedica la Declaración al aborto y a la eutanasia. Contra el primero -tan de actualidad por su insensata facilitación- siempre se ha pronunciado el Magisterio de la Iglesia. “Sin embargo, como afirmaba san Juan Pablo II y repite Dignitas infinita, hoy la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos”, en parte por la difusión de una terminología ambigua que tiende a ocultar su naturaleza y atenuar su gravedad. Es necesario recordar que la aceptación del aborto –que llega a contarse entre los derechos de la persona- “es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal” (n. 47). Un ejemplo más del inadmisible imperio de la voluntad sobre la razón y la verdad.

De la eutanasia se dice que, a menudo, se habla de ella calificándola erróneamente de muerte digna, ya que, en realidad, se trata de una flagrante violación de la dignidad de la persona. La del enfermo pide que se alivie en lo posible su sufrimiento, y a eso sirven los cuidados paliativos. El uso de estos es algo completamente diferente a la decisión de eliminar la propia vida o la de los demás (cfr. n. 51).

La próxima semana concluiremos, D.m., este comentario a Dignitas infinita.

¡Feliz Domingo a todos!

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