Carta semanal Sr. Obispo: «Anunciar a todos la Buena Nueva de Jesucristo»

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Queridos diocesanos:

Estamos comenzando un nuevo curso pastoral, reiniciando actividades imprescindibles en la vida de nuestras parroquias y comunidades cristianas, fijando objetivos, individuando las fuerzas con que contamos para conseguirlos, tratando de descubrir nuevos caminos que, junto con los ya recorridos muchas veces, nos pueden permitir alcanzarlos.

La gran tarea que, como cada año, hemos de afrontar es la de continuar la obra de la Redención que el Señor vino a realizar, reconduciendo todo, personas y “cosas” a Dios, en la gran obra de evangelización. Esta no consiste solo en la predicación o el anuncio de unas doctrinas que prometen la salvación, ni en la invitación a realizar unos ritos o practicar un modo de vida particular. Lo que queremos es anunciar a todos la Buena Nueva de Jesucristo, facilitar a quienes nos rodean el gozoso encuentro con quien es el Hijo del Dios vivo, Camino, Verdad y Vida, iluminar sus vidas con la luz del Evangelio, acercarlos a quien es la fuente de la que brota la fuerza para instaurar en este mundo el reino de Dios, un reino de justicia de amor y de paz. Ese es el horizonte de nuestra lucha personal y de nuestro empeño apostólico.

Somos conscientes de que la organización política de nuestra vida social está en buena medida desconectada de la fe en Dios y de cualquier realidad que se presente como última y pretenda servir como fundamento sólido de lo que podemos llamar un cierto orden social, orden que viene de inmediato considerado despectivamente como “sistema” dentro del cual debe desarrollarse la existencia de uno mismo y de la sociedad. Se suceden los intentos de relegar a Dios al interior de las conciencias o, como mucho, a las sacristías. Se querría que la vida social, las leyes, la política, la economía, la cultura, el arte, etc., discurriesen como si Dios no existiese; se querría “vaciar de Dios la vida social”.

Asistimos, por otra parte, a un intento más o menos consciente de reducir la fe y la vida cristiana a ceremonias y costumbres religiosas -cuyo verdadero sentido se desconoce-; a prácticas y tradiciones a las que falta con frecuencia el alma cristiana que les dio vida, y que no son manifestación de una sincera búsqueda de Dios y de su voluntad. Se rompe así la conexión vital entre fe y vida cristiana. Se dice creer en Dios, mientras la vida se aleja o prescinde de Él, siendo así que la fe que no permea la vida es una fe muerta, y la vida cristiana al margen de la fe es solo un simulacro de dicha vida.

Vemos también como en nuestros días se extiende en algunos ambientes -en general relativamente cultivados espiritualmente-, la idea de que la fe que uno trata de vivir es una opción entre otras, que no puede considerarse superior a estas, y que no es respetuoso ni aceptable presentarla como un “final” en el camino de la propia fe o experiencia religiosa. Pero, de ser así la idea misma de conversión no tendría mucho sentido, cuando, en cambio, la predicación de Jesús inició con la llamada a la conversión.

Es bueno tomar conciencia de esta compleja situación a la hora de desarrollar nuestra actividad “evangelizadora”, actividad presidida por el mandato del Señor que nos envía a todas las gentes, para anunciar con la palabra y la propia conducta a Cristo, “principio de salvación para todo el mundo” (Conc. Vatic. II, Lumen Gentium, 17), plenitud de la revelación, Camino, Verdad y Vida, Hijo de Dios que llama a todos a “la unidad completa” en Él (ibidem, 1). Deseo a todos un feliz domingo.

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