Queridos diocesanos:
A lo largo de estas últimas semanas venimos hablando de algunas de las verdades fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia, los conceptos centrales de la misma que, que constituyen los pilares o bases sobre los que asienta y en torno a los cuales se estructura. Hemos hablado de la dignidad de la persona humana, del bien común y de la subsidiariedad. Hoy fijaremos nuestra atención en la solidaridad.
En su última Exhortación Apostólica, Laudate Deum, el Papa Francisco daba continuidad a aquella otra Laudato si’, que escribió al comienzo de su Pontificado. Esta última, sobre la base de una continuada reflexión, favorecida y enriquecida por nuevos conocimientos e informaciones, ha permitido al Papa “precisar y completar lo que podíamos afirmar tiempo atrás” (n. 4). En Laudato si’ se nos insistía en que el interés por los demás, la atención al prójimo, la fraternidad, hunden sus más profundas y sólidas razones en la conciencia de que el hermano es “la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros” (n. 179). Por otra parte, la aceptación del anuncio más esencial del Evangelio, que nos habla del amor infinito de Dios que ha hecho que la segunda Persona de la Trinidad se hiciera hombre como nosotros, invitándonos a acogerlo “provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás” (n. 178).
Una de las ideas centrales del pensamiento y de la predicación del Santo Padre es la de la estrecha unión que vincula la suerte de todas las criaturas de este mundo y, de manera particular, la de todos los hombres y pueblos. Existe una circularidad entre todos los seres que pueblan la tierra, casa común de toda la creación. “Dios nos ha unido a todas sus criaturas” (Laudate Deum, n. 66, afirma Francisco con cierta solemnidad, y los primeros capítulos del Génesis ponen de manifiesto la unidad del género humano, que nos hace a todos “prójimos” los unos de los otros.
En este contexto se hace más evidente la importancia del concepto de solidaridad en la Doctrina de la Iglesia sobre la sociedad humana. El Catecismo de la Iglesia que denomina también la solidaridad como amistad o caridad social, la define como una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana” (n. 1939). La actitud solidaria, la virtud cristiana de la solidaridad lleva a adherirse a aquellas personas, causas o tareas que necesitan del apoyo de los demás. Es una exigencia de la comunidad de origen y de la igualdad radical de todos los hombres y pueblos que necesitamos los unos de los otros para realizarnos plenamente. La caridad social tiene su motivo más profundo en el hecho del sacrifico ofrecido en el altar de la Cruz para la salvación de todos.
El Catecismo dela Iglesia subraya tres importantes consecuencias de la solidaridad entre los hombres y los pueblos. Se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y en la justa remuneración del trabajo que contribuye a un orden social más justo y pacífico (cfr. n. 1940). Después, la solidaridad entre los hombres facilita y posibilita la solución de los problemas socio-económicos. Las estrechas relaciones entre todos los pueblos, la interdependencia de las naciones hace cada vez más necesaria, imprescindible, podríamos decir, la solidaridad internacional. Cada vez es mayor, en efecto, la conciencia de la urgente necesidad de procurar una mayor igualdad en las condiciones de vida de los pueblos, fruto de la solidaridad y de la fraternidad (cfr. ibídem, n . 1941. La solidaridad cristiana, en fin, va más allá de los bienes materiales, promoviendo a la vez el bien terreno y el sobrenatural de los hombres. La historia bimilenaria de la Iglesia da testimonio inequívoco de su solidaridad en ambas direcciones.