Carta semanal del Sr. Obispo: La devoción del consuelo

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Queridos diocesanos:
El Papa Francisco denomina la devoción al Sagrado Corazón de Jesús como “la devoción del consuelo”, y dedica varios números (151-162) a desarrollar este tema junto con algún otro estrechamente vinculado a él. Francisco es consciente de que dicha denominación, y otras expresiones fruto del fervor del Pueblo de Dios, pueden suscitar un gesto de burla. Desde luego, hablar, como hace la piedad popular, de “consolar” a Cristo, suscita, en no pocos, incomprensión. Consciente de ello, el Papa sale en defensa de esa piedad sencilla de muchos fieles cristianos –se la conoce como piedad popular- con una invitación sobre la que vale la pena reflexionar. “Invito a cada uno, dice, a preguntarse si no hay más racionalidad, más verdad y más sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos poseer una fe más reflexiva y madura”. La cita es larga, pero repito que vale la pena pensarla.
El icono de la devoción al Sagrado Corazón es un corazón herido del que brota el agua viva, ceñido por una corona de espinas. Simboliza el amor de Cristo que, en su Pasión, fue capaz de entregarse hasta el final por los hombres (cf. n 151). Para el creyente este misterio no es algo del pasado, sino algo que se vuelve presente, o mejor, se corrige el Papa, “nos lleva a nosotros a estar místicamente presentes en ese momento redentor” (n. 152). Como subraya repetidamente el Pontífice, ese hacernos presentes en el misterio redentor tiene lugar “por gracia” (cf. nn.152, 153, 155,161). Esta “gracia” hace que ”el misterio de la redención por la pasión de Cristo salte todas las distancias del tiempo y del espacio” (n. 153). Para arrojar luz sobre esta realidad, Francisco recurre a unas palabras del Papa Pío XI, quien hacía notar que, si Cristo muere en la Cruz también por los pecados futuros, pero previstos de los hombres, es bien posible que Cristo recibiera también la reparación, prevista, que estos le ofrecerían en el futuro (cf. n. 153).
El Papa insiste en esta idea en la que descubre algo misterioso que va más allá de la lógica humana. La fe cristiana no ve la Pasión del Señor como algo inalcanzable, sino algo en lo que hoy podemos participar. Es “la acción de la gracia, afirma, la que “provoca una experiencia que no se contiene enteramente en el instante cronológico” (n. 155); es capaz de superar la barrera del tiempo. Del mismo modo, la herida del costado de Cristo permanece abierta, como” memoria constante” (ibídem). Así lo sugiere San Pablo cuando sostiene que los pecadores “vuelven a crucificar al Hijo de Dios” (Heb 6, 6) o cuando asegura que nuestros padecimientos completan “lo que falta a los padecimientos de Cristo” (Col 1, 24). La gracia –de nuevo la gracia- hace que nos unamos misteriosamente a la Pasión de Cristo (cf. n. 157). El dolor que produce en el creyente la contemplación “actual” de la Pasión de Cristo produce el “inevitable deseo” de consolarlo y, al mismo tiempo el reconocimiento de que nuestros pecados –la falta de correspondencia a su amor- son la causa de la Pasión del Señor, y esta es, a su vez, causa de las lágrimas que nos purifican (n. 158), lágrimas de compunción y de lacerante pesar.
Pero esta contemplación “actual” de la Pasión de Cristo no solo suscita “el inevitable deseo de consolar al Señor” de una parte, y es causa de un profundo dolor en el alma del pecador, de otra, sino que la gracia que nos permite superar todas las distancias hace que también podamos “vivir el consuelo interior de saber que el mismo Cristo sufre con nosotros. Deseando consolarle, somos consolados” (n.161). Este consuelo que recibimos de Dios no puede acabar en nosotros; es consuelo que se nos da para consolar también a los demás.
Pero de esto nos ocuparemos la próxima semana.
¡Feliz Domingo a todos!

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