Queridos diocesanos:
El pasado día 12 de octubre, los fieles cristianos de todas las tierras de España y de Hispanoamérica celebramos una fiesta común, en la que honramos a la Santísima Virgen en su advocación de Nuestra Señora del Pilar. Una advocación particularmente querida, como demuestra el hecho de que, en numerosísimos hogares de nuestra Patria, una imagen de la Virgen del Pilar preside la vida familiar. Hace más de cinco siglos, el mismo día de 1492, las naves de la expedición capitaneada por Colón avistaron las tierras del nuevo mundo. Sería el inicio de la formidable obra colonizadora y evangelizadora de España en tierras americanas.
No faltarían en dicha empresa graves excesos y errores lamentables, pero ni unos ni otros pueden borrar o negar cuanto de heroico, de singular, de admirable, encerró aquella gesta, movida por el deseo de encontrar nuevas rutas para el oriente, pero también por la fe inquebrantable de miles de misioneros franciscanos, mercedarios, agustinos, dominicos, jesuitas…, llegados de tierras de España.
Los años que precedieron al V centenario del inicio de la evangelización de América fueron de intensa preparación de ese acontecimiento, del que trae origen la gran mayoría de los católicos de Iberoamérica y aún de toda América. El 10 de octubre de 1984, el Papa San Juan Pablo II, en su brevísima estancia en Zaragoza, en el segundo de sus viajes a España, dirigió una plegaria a Dios, misericordioso y eterno, en la que recordó cómo de las semillas sembradas por aquellos primeros misioneros el número de los hijos de la Iglesia ha crecido ampliamente en la Iglesia. El Papa recordó algunas de las grandes figuras de santos que, junto a “tantas personas desconocidas que vivieron con heroísmo su vocación cristiana”, florecieron en el continente americano. Entre otras las de Toribio de Mogrovejo, Pedro Claver, Francisco Solano, Martín de Porres, Rosa de Lima y Juan Macías. A su lado, con idéntico afán de santidad y celo misionero, hombres y mujeres que construyeron ciudades, edificaron templos, crearon escuelas y universidades, defendieron a los indios de no pocos abusos, les enseñaron nuevas técnicas y métodos de cultivo, promovieron las artes y las letras dando lugar a poetas, pintores, escritores de gran talento… A aquellos hombres y mujeres no los movían ambiciones humanas, codicia de honores y poder, ansias de fama y reconocimientos; sino el vigor de su fe y el afán de servir, ayudar, promocionar a las hermanas y hermanos que reconocían en los habitantes de aquellas tierras; de predicarles el Evangelio y llamarlos a la fe en nuestro “único Soberano y Señor Jesucristo” (Jds 1, 4).
El amor a la Humanidad Santísima del Señor, la profunda devoción a la Madre de Dios, la arraigada piedad popular de los cristianos de las naciones de América, han actuado y actúan como antídoto contra ideologías, prácticas y costumbres contrarias a la fe y moral católicas.
En la oración “colecta” de la Misa del día del Pilar, la Iglesia pide a la Ssma. Virgen que interceda ante Dios nuestros Señor para que conceda a quienes recurren a ella con la advocación secular del Pilar, “fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”. Nos unen a tantos cristianos de América la misma lengua, la misma fe, en buena parte la misma cultura, permeada por las mismas verdades. Lo agradecemos a Dios y pedimos que confirme la “comunión” entre todos.