Queridos diocesanos:
Semanas atrás tratamos de la ideología de género buscando arrojar luz sobre ese fenómeno desde el análisis de algunos de sus antecedentes y raíces. Resultaba así más fácil entender el exacto significado de dicha ideología y, sobre todo, la intención o el fin al que se encamina: imponer una determinada visión de la sexualidad completamente “liberada” de todo lo que no sea la propia voluntad y capricho.
Hoy quiero poner de manifiesto cómo al servicio de la ideología de género y de su masiva difusión-implantación se han seguido y se siguen unas estrategias precisas. Como han señalado los Obispos españoles, una de dichas estrategias tiene que ver con la manipulación del lenguaje. Si bien hablamos de éste como de un sistema artificial de signos –no consta que exista una lengua humana natural, “original”, de la que todas las demás serían “deformaciones” o “derivaciones” −, hay modos de hablar cuyo artificio resulta más que evidente: presentan un aspecto “inocente”, neutro; carecen de un significado preciso; resultan altamente indefinidos, una especie de cajón de sastre que puede contener una cosa y su contraria. Pero lo que es claro es que poseen un no pequeño poder de engendrar confusión. No favorecen, además, una verdadera comunicación, pues se desconoce su exacto sentido. Así “se ha propagado un modo de hablar que enmascara alguna de las verdades básicas de las relaciones humanas”. Así, cuando se habla hoy de matrimonio no se sabe exactamente a que realidad nos estamos refiriendo. Bajo esa denominación se encierran realidades que nada tienen que ver con lo que hasta ahora se ha venido llamado matrimonio. En muchos países, entre ellos España, el matrimonio es legalmente una institución (¿) que designa la convivencia afectiva entre dos personas cualesquiera –hombres o mujeres− que puede ser disuelta unilateralmente por cualquiera de ellas. Consecuentemente, no se habla ya de marido y mujer o de esposo y esposa. Del mismo modo, dentro del concepto de familia entran modelos muy diversos de convivencia, que no corresponden en absoluto a lo que hasta ahora se entendía por familia. Se sigue utilizando el nombre, pero su contenido es bien diferente.
La difusión de la ideología de género ha seguido otra importante vía de penetración-imposición en la sociedad como es la de las recomendaciones de los organismos internacionales que “inspiran” ciertas políticas de los Estados, o ”fuerzan” con tentadoras ayudas económicas a la instauración de determinadas políticas sociales que promueven, por ejemplo, el aborto o la anticoncepción. Las ayudas económicas se evaporan cuando no se está dispuesto a someterse al imperialismo cultural.
Una tercera vía, extremadamente eficaz, es la de la introducción obligatoria de ciertos programas educativos de una bien precisa orientación, que tienen que ver con la formación moral de los niños y jóvenes. Y ello a pesar de que no raramente se encuentran en abierta oposición a la educación que los padres desean para sus hijos. El proclamado derecho de los padres a la educación moral de los hijos se ve así frecuencia olímpicamente ignorado y “contrariado”.
Cualquier persona, hasta las menos atentas, habrá observado también como en poco tiempo se han reproducido leyes autonómicas en este campo que parecen cortadas todas por el mismo patrón, sin que importe para nada el partido político que las gobierna: invito a examinar las leyes de las CC.AA de Navarra, País Vasco, Canarias, Cataluña, Galicia, Extremadura, Madrid, Murcia o Baleares. Dichas leyes parecen dirigidas, en primer lugar, a la supresión de injustas discriminaciones; pero su verdadero alcance es bien distinto. En realidad “crean” nuevos derechos que favorecen sólo a determinados colectivos y obedecen a la corriente ideológica que quiere imponer la idea de que el sexo biológico no sirve como patrón fundamental para diferenciar entre hombre y mujer, y que las auténticas diferencias entre uno y otra son meras convenciones sociales y subproductos culturales.