La semana pasada hablábamos de la impresión que a veces se tiene de que está en marcha desde ya algún tiempo el intento de implantar en España ciertas corrientes culturales ajenas, sino contrarias, a la doctrina cristiana. Se trataría de un verdadero intento de colonización cultural.
En el encuentro con los Obispos polacos que tuvo lugar el 27 de julio de 2016 en la catedral de Cracovia, Papa Francisco habló de una de las colonizaciones culturales a que están sometidas enteras naciones en Europa, América, América Latina, África y algunos países de Asia. Es decir, en todo el mundo. Esta precisa colonización tiene el objetivo concreto de imponer la así llamada “teoría de género”. La promueven, sostienen y sufragan personas e instituciones, incluso “países muy influyentes”, decía el Papa, que ponen el dinero para llevarla a cabo. Y Francisco continuaba en su diálogo con los Obispos polacos: “Hablando con el Papa Benedicto (…) me decía: ‘Santidad, ¡esta es la época del pecado contra Dios Creador! (…) Dios ha creado al hombre y a la mujer; Dios ha creado el mundo así y así…, y nosotros estamos haciendo lo contrario1”. Son palabras del sabio y anciano Pontífice que ciertamente hacen pensar: la nuestra es ¡la época del pecado contra Dios Creador! No pienso que sea algo de lo que podamos vanagloriarnos.
Pero ¿qué se entiende como teoría de género? En el ya repetidamente citado diálogo del Papa con los Obispos polacos lo resumía así: “Hoy se enseña esto a los niños –¡a los niños!− en la escuela: que el sexo lo puede elegir cada uno”. Se niega, en efecto, la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer. En dicha teoría, la sociedad ideal que hay que implantar es aquella en la que no existen diferencias de sexo y en la que, lógicamente, la familia queda vacía de su fundamento antropológico (cf. Francisco, Exhort. Apost. Posts. Amoris laetitia, 56). La identidad personal y la intimidad afectiva quedan desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. El hecho biológico pierde toda su importancia a la hora de caracterizar o definir a una persona como hombre o mujer. La naturaleza, lo natural, queda desprovisto de valor antropológico. La voluntad expresa del Creador que hizo al hombre varón y mujer pierde toda su relevancia. Lo que cuenta ahora es la voluntad de la persona; ni siquiera eso: cuenta lo que uno siente. Cada uno se define por cómo se siente a sí mismo.
Una vez que lo “natural” de la persona, lo biológico, ha perdido toda su importancia; después que se ha negado toda relación entre sexo y persona, y el sexo es ya un simple “fenómeno” anatómico sin relevancia antropológica, entra en su lugar el “rol”, el papel sociocultural que uno desempeña o quiere desempeñar. Esto sería lo verdaderamente importante a la hora de definir a la persona. “El cuerpo ya no hablaría de la persona, de la complementariedad sexual que expresa la vocación a la donación, de la vocación al amor. Cada cual podría elegir configurarse sexualmente como desee” (Conferencia Episcopal Española, La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar, 52). Que lejos resuenan las palabras fuertes del Génesis 1, 26-27: “Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (…). Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó”.
Papa Francisco habla de la ideología de género como “una equivocación de la mente humana, que crea tanta confusión”. Y piensa que se trata de la “expresión de una frustración y de una resignación, orientada a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma. Sí, corremos el riesgo de dar un paso atrás. La remoción de la diferencia, en efecto, es el problema, no la solución”. Pero de esto hablaremos la próxima semana.