El capítulo noveno de la Exhortación Apostólica Postsinodal La alegría del amor, último de este documento, es el más breve de todos, pero es igualmente rico de contenido y de sugerencias prácticas. Está dedicado a tratar de la espiritualidad propia de la vida matrimonial y familiar. Se ocupa, pues, de algunas características propias de la vida cristiana de los esposos y de los miembros de una familia: su modo de vivir la fe cristiana, común a todo bautizado, presenta unas notas particulares, que permiten al Papa hablar de “espiritualidad matrimonial y familiar”
El discurso sobre esta peculiar espiritualidad se abre con dos afirmaciones rotundas, fundamentales que constituyen el inicio y el final del número 316: el matrimonio es un auténtico camino de santificación para los esposos; en él los esposos pueden alcanzar la plenitud de la vida cristiana. El número citado inicia así: “Una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la comunión íntima con Dios”; y termina con estas otras: “Quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir que la familia los aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un camino que el Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión mística”. La importancia de una y otra afirmación del Papa no puede pasarse por alto. El matrimonio y la vida familiar constituyen un verdadero camino de santidad. De hecho están abiertos varios procesos de canonización de esposos cristianos poniendo de relieve, ya desde el inicio, su condición de tales, de esposos, como queriendo subrayar que se trata de personas cuya condición eclesial es justamente la de ser “esposo/a”, “padres de familia”, perfectamente equiparable, en cuanto condición eclesial, a la de sacerdote, misionero, religioso o virgen.
La afirmación conclusiva del citado número de la Exhortación destaca que por ese camino de santificación que es el matrimonio y la vida familiar se puede alcanzar la cumbre de la “unión mística”, una “unión íntima con Dios”. Lejos de ser obstáculos para una vida santa, el matrimonio y la familia son camino de vida cristiana que puede llevar a la plenitud de la misma, a alcanzar un grado de perfección eximia, a la santidad, para decirlo con un sola palabra. Son afirmaciones que, seguramente, llenarán de alegría y esperanza el corazón de los esposos.
Si la espiritualidad de los laicos reviste notas que derivan precisamente de su concreta situación o condición en el mundo y en la Iglesia, no pocas de esas notas o características brotan de su estado matrimonial, del hecho de existir en la Iglesia como esposo/a, miembro integrante de una familia. Como dice el Papa, las preocupaciones familiares no son “algo ajeno a su estilo de vida espiritual” (n. 313)
La posibilidad de la santidad en el matrimonio radica en el hecho de que la Ssma. Trinidad no sólo habita en el corazón de la persona singular en gracia, sino que también “está presente en el templo de la comunión matrimonial”, “vive íntimamente en el amor conyugal que le da gloria”. El amor matrimonial genuino es manifestación o revelación del amor intratrinitario y así rinde gloria a Dios (n. 314).
El amor de los esposos, la comunión estrechísima que instaura entre ellos, el vínculo que los une, debe constituir la atmosfera en que vive el matrimonio y la familia. La espiritualidad propia de uno y otro se alimenta de los gestos reales y concretos en los que toma cuerpo el amor matrimonial y familiar. No sólo; esos gestos, concreción del amor, hacen posible que ese amor vaya creciendo y madurando; logra que esos gestos se multipliquen y, sobre todo, que ganen en calidad humana y sobrenatural. Concluyo con unas palabras del Pontífice que resumen lo que llevamos dicho hasta ahora: “la espiritualidad matrimonial, dice, es una espiritualidad del vínculo habitado por el amor divino”, del amor humano poseído, de algún modo por el amor de Dios.