Querido D. Fernando, sacerdotes concelebrantes, Hermanos y fieles devotos del Ssmo. Cristo de la Expiración, fieles todos de Villaescusa:
La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz es una de las más queridas del pueblo cristiano. Después de las fiestas de la Asunción y de la Natividad de María, ésta es, quizá, la que mayor arraigo tiene entre los fieles. En muchos lugares existe la bella costumbre de adornar hoy con flores la Cruz, costumbre en la que los cristianos materializan, visibilizan su fe en el Crucificado. Es un modo de realizar con hechos, sin palabras, ese acto de fe repetido una y mil veces: ¡Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo! Que cada uno repita estas palabras en su corazón. Sí, Señor, queremos adorarte y bendecirte porque en ese leño santo de la Cruz has realizado la salvación del mundo. Repítelas con el deseo de que esas palabras sellen tu vida.
La fiesta de hoy conmemora el hecho del rescate de la Santa Cruz de manos de los persas, realizado por el emperador bizantino Heraclio, que reinó en la primera mitad del siglo VII. Permitidme recordar lo que cuenta una tradición que recoge el Breviario Romano de S. Pío V. Heraclio quiso llevar la Cruz hasta su original emplazamiento, el Calvario en Jerusalén. Iba vestido con los atavíos e insignias reales. El peso de la Cruz se fue haciendo cada vez más gravoso, hasta que le resultó insoportable. El entonces Obispo de Jerusalén, Zacarías, le advirtió de que para llevar a cabo su tarea, debía desprenderse de sus regias vestiduras e imitar la pobreza y la humildad de Cristo, quien en la Cruz quedó despojado de todo ornato humano. El rey hizo caso al Obispo Zacarías y revestido del humilde traje de penitente y con los pies descalzos, pudo colocar la Cruz en la cima del Gólgota, de donde la habían arrancado los persas, entonces en guerra con el Imperio de Oriente.
Historia o tradición, nos pone ya en el contexto adecuado para celebrar la fiesta de hoy. “Celebrar es imitar”; de nada serviría festejar, honrar a Cristo en el momento en que clavado en la Cruz entrega su alma al Padre, en que emite su último suspiro, si no tratáramos de imitarlo en su entrega, en su amor a Dios y a los hombres. La celebración no puede ni debe limitarse al ruido, el jolgorio, la música, el baile, la pólvora.. Perdonadme, queridos hermanos, pero las fiestas religiosas, tampoco las profanas, no pueden ser excusa para dar rienda suelta a excesos y comportamientos que son lo contrario de lo que celebramos. No podemos celebrar la Santa Misa y dar paso a continuación a abusos y desmanes, que deberían avergonzar a cualquier persona recta y honesta, cuanto más a quien dice profesar particular afecto a la Madre de Jesús y a su Santísimo Hijo, especialmente en uno de los misterios de su Sagrada Pasión. Sencillamente no tendría sentido. Por eso te pregunto y me pregunto: ¿Cómo honras al Ssmo. Cristo dela Expiación? ¿Qué consecuencias tiene para tu vida cristiana esta fiesta? ¿Te acerca más a Dios?
La fiesta del Ssmo. Cristo de la Expiración nos recuerda que no es posible seguir a Cristo, ser cristiano, sin la Cruz. Hoy de modo particular, no nos está permitido “jugar” a ser cristiano, a “parecer” discípulos de Jesús, a manifestarnos como tales con algunos gestos, teniendo, en cambio, el corazón lejos de Dios. No, no es de recibo afirmar que se es cristiano y aún muy cristiano, sin decidirse a seguir a Cristo y parecerse a Él; sin el firme propósito de tener a Cristo en la cabeza, en el corazón, en nuestros labios, ¡en nuestras acciones! Dice el apóstol San Pedro en su primera carta a los cristianos de la diáspora, los cristianos que vivían entre gentiles: “Hermanos, Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas” (2, 21). Pues bien, la misión de Cristo alcanza su plenitud en el sacrificio de la Cruz. Seguir a Cristo, identificarse con Él, ideal y meta de todo cristiano, en la obediencia a Dios, supone estar dispuesto hasta a dar la vida por amor a Dios y a los hermanos. San Pablo de decía a los Gálatas: “Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (2, 19-20).
Es una enseñanza fuerte, pero verdadera que es preciso comprender en su exacto significado. A ningún soldado le gusta morir en batalla; pero si lo hace en defensa de su patria, si lo hace con honor, la entrega de la vida es para él motivo de gloria, de orgullo, y merece recibir el reconocimiento, la gratitud y la honra por parte de todos. La Cruz de Jesús no es sinónimo de desgracia: no lo es porque no la rehuyó; tampoco es orgulloso estoicismo, pues no la buscó; cuanto menos se podría hablar de masoquismo, del gusto en procurarse sufrimiento: Jesús entregó su vida, la donó, fue un acto de amor. Acaso una madre considera una desgracia dar su vida por amor a su hijo, por salvar la de éste. ¿Habrá alguien tan incapaz de comprender el misterio del amor de una madre, que interprete su gesto como una desgracia? Será algo ciertamente heroico, que va más allá de lo habitual, de lo que normalmente es exigible. Pero a nadie le parecerá una exageración cuando se trata de una madre. Estoy seguro de que somos muchos los que tenemos esa altísima consideración de lo que es una buena madre o un buen saldado. La vida es dura y aun muy dura en ocasiones. Pero la humanidad perdería nobleza y dignidad si faltaran del todo esos gestos heroicos. ¿No ennoblece a todos la figura de Madre Teresa con su entrega radical, plena a los más pobres? ¿No la ennoblece el cumplimiento del deber de buen Pastor, que vimos en San Juan Pablo II, al gastarse como un limón que se exprime por completo?
Se puede ser feliz, se puede vivir con alegría el momento de la prueba, del dolor, del sufrimiento. Lo han hecho así los santos: se supieron corredentores, colaboradores de Jesús en la obra de la redención, uniendo al sacrificio de la Cruz el suyo propio. A eso nos invitan, a unir nuestro dolor al de Cristo para la redención de los hombres.
Queridos hermanos, celebramos la fiesta de la exaltación de la Sta. Cruz. Es el momento de la exaltación de Jesús, de su victoria, de su glorificación. La Cruz, a la luz de la fe, no es un patíbulo en el que muere, ajusticiado, un malhechor. Es un trono de gloria, es solio de gloria. En él se revela en toda su grandeza el amor de Dios que se extiende a todos los hombres, a cuantos lo contemplan y lo aceptan como Señor y Salvador. “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”, aquellas palabras le valieron el cielo al ladrón que moría por sus pecados al lado de Cristo.
Pidamos al Señor, al Ssmo. Cristo de la Expiración, que nos haga entender el misterio de su Cruz porque con frecuencia consideramos éxito sólo lo que halaga nuestro sentidos, lo que satisface nuestra soberbia o nuestro egoísmo, y consideramos equivocadamente fracasos las contrariedades de la vida, lo que no sale a nuestro gusto, el sufrimiento del cuerpo o del alma. La Cruz de Jesús nos enseña que esa es una lógica equivocada. Sin Cruz no hay redención; sin amor a Dios y a los demás, sin obediencia a la voluntad de Dios que a veces es costosa e implica sacrificio, no hay salvación. Amen.